Fue uno de los
autores de bolsilibros más populares, uno de aquellos estupendos escritores que
pergeñaron cientos de relatos de diversos géneros, con el único propósito de
ofrecer al público una lectura sana e intrascendente, unas horas de simple
evasión. Francisco González Ledesma,
Silver Kane en el grueso de su
producción bolsilibresca y Rosa Alcázar
en la novela rosa, acaba de dejar el mundo de los vivos. Durante unos días, la
prensa española se ha llenado de artículos de opinión glosando su figura. Unos,
los menos, elogiaron sinceramente su digna labor como autor de novelas de quiosco,
y con esos debe quedarse el buen aficionado a la literatura popular, pasando
olímpicamente de los otros artículos, aquellos escritos por encargo, sólo para
cobrar la colaboración en tal o cual periódico, y en los que ciertos “culturetas” hacen un “emocionado” he hipócrita panegírico de un novelista que no
se plegó a los dictados de la sectaria intelectualidad española. Porque González Ledesma, que desarrolló una
interesante carrera como novelista “serio”,
jamás renegó de Silver Kane, su “alter ego” bolsilibresco, declarándose
orgulloso de su trabajo bajo tal seudónimo. En la historia española hubo autores que, por diversas
circunstancias, se vieron obligados a escribir “novelas de a duro” para salir adelante. Pero cuando algunos de
ellos alcanzaron cierto estatus en el mundillo de las letras, trataron de
ocultar su anterior condición de autores de bolsilibros, como si se
avergonzaran de ello. González Ledesma,
por el contrario, ondeo siempre bien alto el pabellón de Silver Kane, consciente de cuánto le debía a éste. Porque
trabajando bajo la firma de Kane aprendió
los fundamentos del arte de novelar, ganó dinero que le permitió estudiar una
carrera y ayudar a su familia, y contribuyó a hacer un poco más llevaderas las
grises vidas de cientos de miles de españoles. Por eso, aunque no era uno de
mis autores preferidos, siempre le tendré una especial consideración.
Como Silver Kane dio a la imprenta, a lo largo
de varias décadas, cientos de bolsilibros,
destacando los que dedicó al género Oeste, en el que fue sin duda uno de
los grandes. Pero, en mi humilde opinión, sus mejores novelas de quiosco fueron
las de tema policial y que, publicadas principalmente en las colecciones “Punto Rojo” y “Servicio Secreto” de Bruguera, presagiaban ya su triunfo como
autor de novela policiaca de más enjundia. Y aunque la mítica editora
barcelonesa no tenía especial apego por las series, por las novelas
protagonizadas por un mismo personaje, su genial creación de Clive, héroe de muchas de sus obras
policiales, contribuiría a convertirle en uno de los más afamados cultivadores
del género policiaco.
Un colaborador
de cierto diario se lamentaba por haberse deshecho, tiempo atrás, en un
arranque de esnobismo seudocultural, de
la cincuentena de novelas de Kane
que poseía. Por mi parte, y aunque con el tiempo mis lecturas se hicieron más
serias y profundas, nunca renegué de esos escritores con los que comencé mi
andadura por el fascinante mundo de la literatura. A día de hoy poseo una
extensísima biblioteca de bolsilibros, o “novelas
de a duro”, como las llamaban entonces un tanto despectivamente. Me confieso
un estudioso de la novelística popular española, y en mi fondo sobre el tema
figuran 87 títulos de Silver Kane,
principalmente policiales y del Oeste, aunque también poseo algunos de terror y
ciencia ficción. Mi preferencia por otros autores responde exclusivamente a
cuestiones de gusto personal, razón por la que las obras de Kane ocupan en mi biblioteca un lugar
secundario. Lo cual no es óbice para que reconozca su enorme valía profesional,
mucho más notoria, a mi juicio, en su
vasta producción bolsilibresca que en sus más prestigiosas obras posteriores.
En todo caso, González Ledesma es
digno de admiración en sus dos vertientes profesionales, la de autor de
bolsilibros y la de escritor “serio”.
Descanse en paz. Nosotros seguiremos disfrutando de su buen hacer literario.
Antonio Quintana
Marzo de 2015
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