En Bolsi & Pulp y con motivo del día de San Valentín, nuestro columnista Antonio Quintana, ha querido recordar a un destacado escritor de la novela romántica: Carlos de Santander.
POR ANTONIO QUINTANA CARRANDI
Las novelas de amor fueron, junto con las del Oeste, las más populares de la literatura bolsilibresca. La reina indiscutible del género “rosa” en España e Hispanoamérica fue, sin ninguna duda, Corín Tellado, que a lo largo de su dilatadísima carrera publicaría más de cuatro mil (4.000) títulos. Aunque la novela “rosa” existía desde mucho tiempo atrás, su eclosión como fenómeno literario de masas se produjo durante la penosa postguerra, que se prolongaría durante quince terribles años debido, entre otras cosas, al estallido de la II Guerra Mundial unos meses después de finalizar nuestra incivil Guerra Civil. En esa época de cartillas de racionamiento, miseria y penurias sin cuento, la literatura popular, los bolsilibros, ofrecieron al español de a pie un mundo de fantasía en el que poder evadirse de la tristísima realidad cotidiana. Gracias a las modalidades de intercambio y alquiler, los bolsilibros estaban al alcance de cualquiera, por exiguas que fuesen sus posibilidades económicas. Y los de mayor aceptación fueron, como he dicho, los del Oeste y los de Amor.
Dirigida a un público eminentemente femenino, la novela “rosa” fue escrita mayoritariamente por féminas. Hubo, no obstante, muchos escritores que publicaron novela romántica, algunos de ellos firmando como mujeres. Uno de los ejemplos más representativos lo tenemos en Francisco González Ledesma, el famosísimo Silver Kane, que cultivó el género “rosa”, con notable éxito, bajo el seudónimo de Rosa Alcázar. Antonio Vera Ramírez, Lou Carrigan, el mejor autor de bolsilibros que existe, dio a la imprenta un puñado de hermosos romances firmando como Ángelo Antonioni y Ángela Windsor. Pero si hubo un novelista que destacó en el género romántico, dejando una huella indeleble en varias generaciones de lectores, ese fue Carlos de Santander, alter ego literario de Juan Lozano Rico.
Cuando decidí escribir un artículo sobre este autor, se me presentó un peliagudo problema. No conseguí encontrar ningún dato relevante sobre él, aparte de la escueta semblanza biográfica que publicaba Bruguera en las contracubiertas de sus novelas. Tras largas y tediosas horas ante el ordenador, rastreando cualquier pista que encontraba sobre Carlos de Santander, hube de darme por vencido. Juan Lozano Rico sigue siendo, a día de hoy, un enigma, pues en la red no hay prácticamente nada sobre él, aparte de un listado de novelas en la Wikipedia y poco más. Incluso esa relación de títulos es incompleta, ya que sólo abarca los publicados por Bruguera entre 1972 y 1986, la mayoría reediciones, y me consta, porque poseo varios ejemplares de entonces, que dicha editorial publicó obras de este autor desde mediados de los años cuarenta como mínimo. Corín Tellado, cuya primera novela, “Atrevida apuesta”, fue publicada por Bruguera en febrero de 1948, comentó que por aquel entonces el autor romántico que más vendía era de Santander, lo que deja claro, por tanto, que cuando ella empezó, éste era ya un novelista consagrado.
Lozano Rico era radiotelegrafista de la marina mercante. Aparte de eso, poco más se sabe sobre su persona, lo cual resulta frustrante para un estudioso de la literatura popular como quien escribe. Por suerte, conozco bastante bien su obra, pues las suyas fueron las primeras novelas de amor que leí. Y he de admitir que me enganchó su estilo, convirtiéndome en un lector voraz e incondicional de sus romances.
La carrera de Carlos de Santander se desarrolló durante los durísimos años del Nacionalcatolicismo franquista. La omnipresente censura, tanto eclesiástica como política, ejercía una feroz salvaguarda de la “moralidad” pública. Los bolsilibros, literatura de masas, eran especialmente “peligrosos” a ojos de los censores, fueran éstos curas de sotanas fundamentalistas o meapilas de traje cruzado, gafitas de concha y pelo engominado. Y entre los bolsilibros, eran los románticos los que despertaban más suspicacias en aquella legión de tarados y reprimidos sexuales que nutrían las filas de los organismos censores. Puesto que estaban dirigidas principalmente a las mujeres, las novelas “rosa” estuvieron siempre bajo sospecha. Condenadas desde los púlpitos de las iglesias por sacerdotes que no tenían nada mejor que hacer, leídas a escondidas por las mismas beatas que coreaban las diatribas de aquellos párrocos semi-analfabetos, las novelas de amor eran examinadas con lupa no ya por los censores, si no por los mismísimos editores, que no querían tener ningún problema con las autoridades. El menor atisbo de erotismo era motivo suficiente para que la novela no fuese publicada. A veces era la propia editorial la que exigía al autor que cambiara tal o cual pasaje de la obra, para adaptarla a la arcaica y pacata moral española de la época. Así pues, los autores lo tenían muy difícil a la hora de describir ciertas cosas, por lo que no tuvieron más remedio que limitarse a sugerirlas. E incluso esas “sugerencias” tenían que disimularse, para evitar que la censura captara lo que se ocultaba bajo ellas. Cada escritor se las arregló como buenamente pudo. Corín Tellado desarrolló una especie de código, rápidamente asimilado por sus lectoras. Éstas sabían que si en una de sus novelas se mencionaba, por ejemplo, “la entrega”, de lo que se estaba hablando, en realidad, era del acto sexual. Esta habilidad de la autora asturiana le valdría el sobrenombre de “la pornógrafa inocente”. Pero el autor romántico que mejor supo burlar a la censura fue Carlos de Santander.
“De Santander metía mucha braga y quitaba sujetadores”, dijo Tellado de su colega, y no le faltaba razón. Obviamente, no debemos interpretar esta frase de un modo literal. Lo que Corín quería decir era que de Santander poseía una maestría especial para presentar determinadas situaciones entre un hombre y una mujer. Situaciones que, no siendo nada inocentes, semejaban serlo gracias a su talento como narrador. Entre los hombres y mujeres que protagonizaban sus novelas latía siempre una acusada atracción sexual, debidamente disimulada con eufemismos relativos al amor, la dicha, la felicidad, etcétera… Este escritor dominaba como nadie el arte de la insinuación, aplicándolo en mayor o menor medida, según fuese el argumento, en todas y cada una de sus obras; las cuales, dicho sea de paso, estaban también cargadas de romanticismo del puro, como mandaban los cánones bolsilibrescos.
La acción de sus novelas transcurría casi siempre en los EE UU, aunque también escribió muchas ambientadas en Inglaterra, España e incluso en Oriente. En ocasiones sus historias, aun siendo básicamente relatos de amor, tenían un componente policiaco o aventurero. Su periodo más interesante se corresponde con las décadas de los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo, años en los que, a mi juicio, vieron la luz sus mejores trabajos. En los sesenta sus novelas acusan una considerable merma de calidad, explicitada en unos argumentos más endebles y esquemáticos, unos diálogos menos trabajados y una lamentable parquedad descriptiva. ¿A qué se debió esto? Bueno, no puedo afirmar nada categóricamente, pero pienso que fue una consecuencia de su situación laboral. Creo que al dejar su trabajo para dedicarse exclusivamente a escribir, Lozano Rico se encontró con que tenía que aumentar su producción literaria para mantener su anterior nivel de ingresos, lo que se tradujo en una disminución de la calidad de sus textos. Tenga yo razón o no en este punto, lo cierto es que las obras que publicó desde mediados de los sesenta son muy inferiores, en todos los aspectos, a las de las décadas anteriores.
Poco más puedo decir sobre Juan Lozano Rico, Carlos de Santander, habida cuenta de la falta de datos sobre su persona. Si acaso añadir que su nombre merece figurar con letras de oro en la historia de la literatura popular española, pues fue uno de los mejores autores de novela romántica que ha dado nuestro país. Vaya desde Bolsi & Pulp mi más sincero homenaje para este gran profesional de la pluma, hoy injustamente olvidado.
Antonio Quintana.
POR ANTONIO QUINTANA CARRANDI
Las novelas de amor fueron, junto con las del Oeste, las más populares de la literatura bolsilibresca. La reina indiscutible del género “rosa” en España e Hispanoamérica fue, sin ninguna duda, Corín Tellado, que a lo largo de su dilatadísima carrera publicaría más de cuatro mil (4.000) títulos. Aunque la novela “rosa” existía desde mucho tiempo atrás, su eclosión como fenómeno literario de masas se produjo durante la penosa postguerra, que se prolongaría durante quince terribles años debido, entre otras cosas, al estallido de la II Guerra Mundial unos meses después de finalizar nuestra incivil Guerra Civil. En esa época de cartillas de racionamiento, miseria y penurias sin cuento, la literatura popular, los bolsilibros, ofrecieron al español de a pie un mundo de fantasía en el que poder evadirse de la tristísima realidad cotidiana. Gracias a las modalidades de intercambio y alquiler, los bolsilibros estaban al alcance de cualquiera, por exiguas que fuesen sus posibilidades económicas. Y los de mayor aceptación fueron, como he dicho, los del Oeste y los de Amor.
Dirigida a un público eminentemente femenino, la novela “rosa” fue escrita mayoritariamente por féminas. Hubo, no obstante, muchos escritores que publicaron novela romántica, algunos de ellos firmando como mujeres. Uno de los ejemplos más representativos lo tenemos en Francisco González Ledesma, el famosísimo Silver Kane, que cultivó el género “rosa”, con notable éxito, bajo el seudónimo de Rosa Alcázar. Antonio Vera Ramírez, Lou Carrigan, el mejor autor de bolsilibros que existe, dio a la imprenta un puñado de hermosos romances firmando como Ángelo Antonioni y Ángela Windsor. Pero si hubo un novelista que destacó en el género romántico, dejando una huella indeleble en varias generaciones de lectores, ese fue Carlos de Santander, alter ego literario de Juan Lozano Rico.
Cuando decidí escribir un artículo sobre este autor, se me presentó un peliagudo problema. No conseguí encontrar ningún dato relevante sobre él, aparte de la escueta semblanza biográfica que publicaba Bruguera en las contracubiertas de sus novelas. Tras largas y tediosas horas ante el ordenador, rastreando cualquier pista que encontraba sobre Carlos de Santander, hube de darme por vencido. Juan Lozano Rico sigue siendo, a día de hoy, un enigma, pues en la red no hay prácticamente nada sobre él, aparte de un listado de novelas en la Wikipedia y poco más. Incluso esa relación de títulos es incompleta, ya que sólo abarca los publicados por Bruguera entre 1972 y 1986, la mayoría reediciones, y me consta, porque poseo varios ejemplares de entonces, que dicha editorial publicó obras de este autor desde mediados de los años cuarenta como mínimo. Corín Tellado, cuya primera novela, “Atrevida apuesta”, fue publicada por Bruguera en febrero de 1948, comentó que por aquel entonces el autor romántico que más vendía era de Santander, lo que deja claro, por tanto, que cuando ella empezó, éste era ya un novelista consagrado.
Lozano Rico era radiotelegrafista de la marina mercante. Aparte de eso, poco más se sabe sobre su persona, lo cual resulta frustrante para un estudioso de la literatura popular como quien escribe. Por suerte, conozco bastante bien su obra, pues las suyas fueron las primeras novelas de amor que leí. Y he de admitir que me enganchó su estilo, convirtiéndome en un lector voraz e incondicional de sus romances.
La carrera de Carlos de Santander se desarrolló durante los durísimos años del Nacionalcatolicismo franquista. La omnipresente censura, tanto eclesiástica como política, ejercía una feroz salvaguarda de la “moralidad” pública. Los bolsilibros, literatura de masas, eran especialmente “peligrosos” a ojos de los censores, fueran éstos curas de sotanas fundamentalistas o meapilas de traje cruzado, gafitas de concha y pelo engominado. Y entre los bolsilibros, eran los románticos los que despertaban más suspicacias en aquella legión de tarados y reprimidos sexuales que nutrían las filas de los organismos censores. Puesto que estaban dirigidas principalmente a las mujeres, las novelas “rosa” estuvieron siempre bajo sospecha. Condenadas desde los púlpitos de las iglesias por sacerdotes que no tenían nada mejor que hacer, leídas a escondidas por las mismas beatas que coreaban las diatribas de aquellos párrocos semi-analfabetos, las novelas de amor eran examinadas con lupa no ya por los censores, si no por los mismísimos editores, que no querían tener ningún problema con las autoridades. El menor atisbo de erotismo era motivo suficiente para que la novela no fuese publicada. A veces era la propia editorial la que exigía al autor que cambiara tal o cual pasaje de la obra, para adaptarla a la arcaica y pacata moral española de la época. Así pues, los autores lo tenían muy difícil a la hora de describir ciertas cosas, por lo que no tuvieron más remedio que limitarse a sugerirlas. E incluso esas “sugerencias” tenían que disimularse, para evitar que la censura captara lo que se ocultaba bajo ellas. Cada escritor se las arregló como buenamente pudo. Corín Tellado desarrolló una especie de código, rápidamente asimilado por sus lectoras. Éstas sabían que si en una de sus novelas se mencionaba, por ejemplo, “la entrega”, de lo que se estaba hablando, en realidad, era del acto sexual. Esta habilidad de la autora asturiana le valdría el sobrenombre de “la pornógrafa inocente”. Pero el autor romántico que mejor supo burlar a la censura fue Carlos de Santander.
“De Santander metía mucha braga y quitaba sujetadores”, dijo Tellado de su colega, y no le faltaba razón. Obviamente, no debemos interpretar esta frase de un modo literal. Lo que Corín quería decir era que de Santander poseía una maestría especial para presentar determinadas situaciones entre un hombre y una mujer. Situaciones que, no siendo nada inocentes, semejaban serlo gracias a su talento como narrador. Entre los hombres y mujeres que protagonizaban sus novelas latía siempre una acusada atracción sexual, debidamente disimulada con eufemismos relativos al amor, la dicha, la felicidad, etcétera… Este escritor dominaba como nadie el arte de la insinuación, aplicándolo en mayor o menor medida, según fuese el argumento, en todas y cada una de sus obras; las cuales, dicho sea de paso, estaban también cargadas de romanticismo del puro, como mandaban los cánones bolsilibrescos.
La acción de sus novelas transcurría casi siempre en los EE UU, aunque también escribió muchas ambientadas en Inglaterra, España e incluso en Oriente. En ocasiones sus historias, aun siendo básicamente relatos de amor, tenían un componente policiaco o aventurero. Su periodo más interesante se corresponde con las décadas de los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo, años en los que, a mi juicio, vieron la luz sus mejores trabajos. En los sesenta sus novelas acusan una considerable merma de calidad, explicitada en unos argumentos más endebles y esquemáticos, unos diálogos menos trabajados y una lamentable parquedad descriptiva. ¿A qué se debió esto? Bueno, no puedo afirmar nada categóricamente, pero pienso que fue una consecuencia de su situación laboral. Creo que al dejar su trabajo para dedicarse exclusivamente a escribir, Lozano Rico se encontró con que tenía que aumentar su producción literaria para mantener su anterior nivel de ingresos, lo que se tradujo en una disminución de la calidad de sus textos. Tenga yo razón o no en este punto, lo cierto es que las obras que publicó desde mediados de los sesenta son muy inferiores, en todos los aspectos, a las de las décadas anteriores.
Poco más puedo decir sobre Juan Lozano Rico, Carlos de Santander, habida cuenta de la falta de datos sobre su persona. Si acaso añadir que su nombre merece figurar con letras de oro en la historia de la literatura popular española, pues fue uno de los mejores autores de novela romántica que ha dado nuestro país. Vaya desde Bolsi & Pulp mi más sincero homenaje para este gran profesional de la pluma, hoy injustamente olvidado.
Antonio Quintana.
3 comentarios:
Curiosamente hace unos meses llegó a mis manos una novelita de este autor desconocido para mí. Muy interesante tu estudio.
Yo lei muchas novelas de Carlos de Santander pq eran de mi madre, efectivamente de los 50....preciosas e imposibles de encontrar ahora
Leí todas las novelas que pude de este autor,sus novelas eran muy entretenidas, no dramones como Corin Tellado, de ésta leí dos y la segunda fué para darle otra oportunidad, sin embargo las de Carlos de Santander me encantaban y sólo las podia conseguir en los puesto de cambio de novelas que por los 70 y 80 abundaban,
Ahora sólo he encontrado una de él.
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