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sábado, 11 de febrero de 2012

HOMBRO CON HOMBRO


POR ANTONIO QUINTANA CARRANDI



Publicada en 1966, con el nº 572 de Hazañas Bélicas, esta novela de Lecha sitúa su acción en la campaña de Nueva Guinea, una de las más duras de la II Guerra Mundial en el Pacífico. El autor inicia el relato con una nota preliminar, en la que nos informa de que el argumento de la novela, si bien ficticio, tiene una base sustancialmente real. Pero ya comentaremos eso después. Ahora vayamos a la historia que relata la novela, que es lo que nos interesa.

Bajo la intrincada bóveda vegetal de la jungla de Nueva Guinea avanza penosamente una sección de paracaidistas americanos. Han sido lanzados en esa selva de pesadilla con la misión de exterminar a un grupo de tenaces nipones que se sabe opera en ese sector. Pero por un error de los pilotos del Dakota, el lanzamiento se efectuó a bastante distancia del lugar acordado en un principio. Como resultado de esto, la sección de paracas que manda el teniente Richard Gwinley se ha perdido, y el oficial no puede evitar sentirse terriblemente aprensivo. Sabe que no sólo han de temer a los fieros soldados del Sol Naciente, mucho mejor adiestrados para la lucha en la jungla que los hijos del Tío Sam, si no también a los nativos, los temibles papúes, que practican el canibalismo desde tiempos inmemoriales. La presencia de los siniestros nativos se hace notar por el insistente, monótono y obsesivo tronar de los tambores, allá, en lo más profundo de la espesura. La situación no es nada halagüeña, ciertamente, y Gwinley intenta mantener alta la moral de sus hombres, mientras trata de orientarse para poder reunirse con el grueso de sus fuerzas.

Los temores de Gwinley acerca de los nativos se confirman cuando uno de sus hombres, que se había quedado atrás, desaparece sin dejar rastro. Al día siguiente encuentran su cabeza ensartada en el extremo superior de un palo hincado en el suelo. El soldado Ned Erie ha servido de cena a los papúes.

No muy lejos de Gwinley y sus hombres anda el grupo de soldados nipones mandado por el capitán Ashiwo Tohai, del 9º Regimiento de Infantería de la 2ª División del Ejército Imperial. Tohai tiene el mismo problema que Gwinley. Está separado del grueso de sus fuerzas y no sabe si podrá reunirse con ellas. El valeroso oficial japonés tenía doce hombres bajo su mando, pero ahora sólo le quedan diez, ya que dos se han esfumado sin dejar rastro. A fin de tranquilizar al resto de sus hombres, Tohai declara que los desparecidos han desertado, pero en realidad sospecha de los papúes y de sus depravadas prácticas de antropofagia. Al capitán nipón, que ha visto a los americanos lanzarse en paracaídas, no le hace ninguna gracia la idea de encontrarse, por así decirlo, entre dos fuegos; de un lado los americanos y de otro los caníbales.

Los siniestros tambores papúes siguen sonando día y noche, ininterrumpidamente. Gwinley y Tohai, hartos de perder hombres a manos de esas alimañas con forma humana que habitan en lo más intrincado de la jungla, acuerdan una tregua. El sargento Wanabe, hombre de confianza de Tohai, ha sido capturado por los indígenas y el oficial nipón quiere ir a rescatarlo, antes de que los salvajes lo devoren. Pero sólo le quedan cuatro hombres, pocos para enfrentarse a cientos de papúes. Tohai propone al oficial yanqui unir sus fuerzas para rescatar a su sargento y protegerse de los constantes ataques de los caníbales. La tregua queda establecida hasta veinticuatro horas después de haber salvado el peligro representado por los antropófagos, y ambos oficiales acuerdan que, si uno de los dos bandos se encontrase con fuerzas propias, dejaría marchar libres a los componentes del otro, a menos que éstos decidieran rendirse voluntariamente.

Así, dispuestos a luchar hombro con hombro contra las fieras bípedas que habitan ese infierno verde, americanos y japoneses llegan hasta la aldea de los papúes. El sargento Wanabe todavía está vivo, aunque los salvajes se disponen a sacrificarlo en ese mismo momento. Pero una sorpresa aguarda a nipones y yanquis. En la aldea se encuentra también una hermosa mujer blanca, a la que los salvajes adoran como si fuese una Diosa, y que parece disponerse a presidir la macabra ceremonia del sacrificio humano. Gwinley, Tohai y sus hombres se lanzan al ataque, sembrando el pánico entre los nativos con sus armas de fuego y sus explosivos. Tohai logra rescatar a su sargento, mientras Gwinley va a por la mujer. Consigue llegar hasta ella y sacarla de allí, pero en la confusión del combate se ven obligados a huir hacia la espesura, alejándose de Tohai y los soldados.

Una vez relativamente a salvo, el teniente interroga a la muchacha. Esther relata a su salvador su terrible odisea. Enfermera de un hospital de vanguardia, situado cerca de la costa, un día cometió la imprudencia de alejarse demasiado del hospital en compañía de otra enfermera. Un grupo de salvajes las capturaron y se las llevaron a lo más profundo de la selva. Esther nunca supo qué había sido de su amiga, aunque sospechaba que había acabado en los estómagos de aquellas bestias de apariencia humana. En cuanto a ella, la vistieron como a una de sus mujeres y la convirtieron en la Diosa Blanca de su tribu, fascinados por la blancura de su piel y por el color dorado de sus cabellos. Al principio, le hicieron presenciar uno de sus macabros banquetes y ella, incapaz de soportar tan horripilante espectáculo, había perdido el conocimiento. Los salvajes necesitaban la presencia de su Diosa Blanca en cada sacrificio, de modo que decidieron drogarla para impedir que se les desmayase en cada nuevo festejo. Y así llevaba la pobre muchacha varios meses.

Tras estas revelaciones y un breve descanso, Gwinley y la muchacha emprenden la marcha a través de la espesura, en busca de Tohai y los demás. Pero los papúes, enfurecidos por lo que consideran el rapto de su Diosa, se desperdigan por la jungla en su busca, dispuestos a recuperarla al precio que sea. Tras un enfrentamiento con un par de papúes que están a punto de sorprenderlos, el teniente y Esther logran hallar a Tohai y al resto de los soldados nipones y americanos. Pero ahora los salvajes son más peligrosos que nunca, y el reducido grupo de militares deberá recurrir a todo su valor y a toda su astucia para escapar de los centenares de caníbales enloquecidos que los buscan.

HOMBRO CON HOMBRO es una historia repleta de acción y aventura. Con su maestría habitual, Carrados logra transmitirnos la tensión nerviosa que se abate sobre unos hombres obligados a desenvolverse en un entorno natural hostil, en el que el peor enemigo no es ningún animal irracional, sino otros seres humanos que practican la execrable lacra de la antropofagia. La novela guarda cierto paralelismo con FORT BRAVO, aquel excelente western dirigido por John Sturges en 1953 y protagonizado por William Holden y Jonh Forsythe. En dicha película, un grupo de soldados yanquis y otro de confederados, enemigos en la Guerra de Secesión, deben unir sus fuerzas para hacer frente al ataque de los temibles apaches mescaleros. ¿Se inspiró Lecha en ese western a la hora de pergeñar el argumento de esta obrita? No lo sé, aunque es muy posible, ya que FORT BRAVO fue un film de gran éxito en España.

Y, efectivamente, lo que cuenta Carrados en esta novela tiene una base real. Tanto el ejército nipón como el americano perdieron muchos hombres a manos de los repugnantes papúes, lo que sin duda contribuyó a hacer de la campaña de Nueva Guinea una de las más feroces de la guerra en el Pacífico.

De esta novela, además del estupendo argumento, cabe destacar la calidad de la cubierta. Por desgracia, Toray no solía publicar en los créditos interiores el nombre del autor de la portada, y ésta viene sin firmar. Una lástima, porque la ilustración es realmente notable.


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