Tras el
infame ataque de los terroristas islámicos perpetrado en Barcelona, hemos
asistido de nuevo al cansino y algo patético espectáculo que suele seguir a
esta clase de hechos: rimbombantes declaraciones de los políticos, exaltando
eso que llaman “la unidad de todos los
demócratas” y haciendo llamamientos a la calma; concentraciones de repulsa
en las principales ciudades de España; colocación de florecitas y velitas en el
lugar de los hechos, etcétera. Detalles muy emotivos, que quedan muy bien en la
tele y en los periódicos, pero que no sirven para nada. Claro que, según los
adalides de la “corrección política”,
estas cosas valen para que “los
violentos”, expresión que gusta mucho a los progresistas de salita de
estar, comprendan que están solos. Como si a los yihadistas les preocupara eso.
En
realidad, es precisamente esto lo que buscan esos individuos. Cada atentado que
cometen tiene como objetivo causar el mayor número posible de víctimas, pero
también generar un eco mediático que proporcione publicidad a su “causa”. Quieren aterrorizar a occidente
y que se hable de ellos lo más posible. Y están alcanzando estos dos objetivos
gracias, en parte, a la blandenguería de la clase política europea, que se
acompleja en cuanto hay que tomar medidas un poco drásticas, y a una sociedad
occidental que alardea de sus valores y principios, pero que se muestra
reticente a defenderlos con firmeza llegado el caso. Ese “buenismo” patológico, que se ha ido imponiendo en las sociedades europeas, lastra nuestras posibilidades de hacer frente
eficazmente a esta clase de terrorismo, y si no tomamos cartas en el asunto, e
invertimos esa deriva “buenista” a
tiempo, puede conducirnos al desastre.
Lo primero
que se debe hacer es admitir, de una vez por todas, que no se puede tratar con
los terroristas islámicos como si fueran delincuentes comunes, algo que tienen
muy claro los mandos de los cuerpos de seguridad, pero no así los responsables
políticos. Lo segundo, llamar a las cosas por su nombre. Esto es una GUERRA,
así, con mayúsculas. Las distintas facciones yihadistas le han declarado la guerra a occidente hace mucho
tiempo, y va siendo hora de que los gobiernos se lo tomen en serio de verdad. Como
es obvio, se trata de una guerra un tanto atípica, que exige la utilización de
medios especiales para librarla. Tenemos dichos medios, como ha dejado claro la
OTAN hace poco. El problema es que no tenemos la voluntad política para
usarlos, y eso tiene que cambiar, si es que de verdad pretendemos imponernos a
esas alimañas y vencerlas. La actividad del terrorismo yihadista ha provocado
un cambio en los conceptos de seguridad occidentales, y no queda otro remedio
que adaptarse a la nueva situación, si queremos enfrentarnos a ellos con
posibilidades de vencer.
Lo más
repugnante es escuchar a políticos o periodistas eso de que “tendremos que acostumbrarnos a cosas así”. Declaraciones semejantes son muestra de una patética debilidad que no
podemos permitirnos. Una cosa es aceptar que habrá otros atentados por muchas
medidas preventivas que se tomen, porque la seguridad total no existe, y otra
muy distinta resignarnos a recibir golpes como el de Barcelona y aún peores. Porque la resignación suele dar paso a la
derrota, como ha quedado demostrado a lo largo de la historia, y esa es una
opción que tampoco nos podemos permitir.
Para
enfrentarse al terrorismo yihadista los principales elementos son la unidad y
la firmeza, pero las reales, no ese patético paripé orquestado por la clase
política. Puesto que estamos embarcados en una guerra global, es hora de que se
exija tanto a los ciudadanos como a los políticos que tomen partido claramente
y ya, sin medias tintas ni ambigüedades de ningún tipo. En una cuestión como la
que nos ocupa, debería ser vital que todos estuviéramos de acuerdo, dejando las
estúpidas ideologías aparte. Por desgracia, aunque en principio todo el mundo
condena los execrables crímenes del terrorismo yihadista, pronto salen a
relucir los distintos matices y percepciones inherentes a las diferentes
fuerzas políticas, lo que fragiliza la unidad que debería prevalecer por encima
de cualquier otra consideración. Esto da pie a diferencias de opinión que
alimentan un inútil debate político en torno a un peligro alarmante, y sólo
sirve para confundir más a la opinión pública.
Las fuerzas
armadas pueden contribuir eficazmente a la lucha contra el yihadismo. Ahora
bien, experiencias como la del Ulster han demostrado que no se puede combatir
el terrorismo sólo con compañías de soldados. Las labores de inteligencia son
esenciales, así como el intercambio de información entre países, y sobre todo
una buena coordinación entre los distintos cuerpos de seguridad. Si algunas
informaciones de lo sucedido en este último atentado son ciertas, se habría
producido una descoordinación notable entre los Mossos de Escuadra catalanes
por un lado, y la Policía Nacional y la
Guardia Civil por el otro, lo que sin
duda alguna afectará negativamente a las investigaciones. Si esto es así, está
claro que no podemos permitírnoslo, y tal y como yo lo veo, la única solución
factible sería encargar la lucha antiterrorista a un único cuerpo, que
ostentaría la máxima autoridad en estas cuestiones y tendría competencia
exclusiva sobre las mismas. Y ese cuerpo no podría ser otro, a mi juicio, que
la Guardia Civil, por su indudable experiencia en la lucha de décadas contra
ETA, y por ser un Instituto volcado en el servicio a España y los españoles
desde su fundación hasta nuestros días. Obviamente, la Benemérita necesitaría
más recursos económicos e incrementar su plantilla, pero, si se le
proporcionara todo lo necesario, creo que podría ofrecer a la sociedad española
resultados notables en relativamente poco tiempo.
Claro que para lograrlo necesitaría también,
además de ampliar sus recursos de todo tipo y su personal, que se eliminasen o
cuando menos atenuasen ciertas trabas burocráticas que le impiden desarrollar
su trabajo todo lo eficazmente que sería de desear. El terrorismo yihadista
posee unas características muy especiales, similares en algunos puntos y muy
distintas en otros muchos a los del terrorismo que podríamos llamar “convencional”, el inspirado en ideas
políticas llevadas a sus extremos, como los de la ETA en España, la
Baader-Meinhof en Alemania, el IRA en Irlanda del Norte o las Brigadas Rojas en
Italia. Los integrantes de estas organizaciones criminales tenían una
estrategia, y era posible, hasta cierto
punto, prever dónde podrían actuar y de
qué manera. Estos terroristas pretendían causar el mayor daño posible, obteniendo
al mismo tiempo el máximo de publicidad, pero en ningún caso buscaban la
muerte. Si se veían rodeados por la policía, normalmente acababan entregándose,
pues no consideraban la inmolación personal como una opción.
Por el
contrario, el terrorismo islamista, como su propio nombre indica, tiene una
inspiración religiosa, basada en una interpretación extremista del Corán. No es
sólo que sus miembros quieran matar, sino que quieren morir matando “infieles”, lo que para ellos significa
acceder a un supuesto “paraíso” donde
gozarán de tropecientas vírgenes y maravillas sin cuento. Además, sus objetivos
abarcan el mundo entero, de forma que allí donde haya occidentales, hay peligro
de un atentado islamista. Esta diferencia nada sutil entre unos terroristas y otros
le confiere al terrorismo islámico mayor peligrosidad, pues el fanatismo
religioso es infinitamente peor que el político. Puesto que están dispuestos a
perecer, llevándose por delante a quien sea, también están dispuestos a
afrontar cualquier peligro que a los terroristas “convencionales” les induciría a echarse atrás. Como resulta
evidente, este tipo de terrorismo tiene que ser combatido de forma diferente al
“tradicional”, por decirlo de alguna
manera. Y esto exige cambios sustanciales no sólo en la manera de trabajar de
las fuerzas del orden, sino también en los aspectos legales. Abundan los “ilustrados” que abogan por un
endurecimiento de las penas para los terroristas, pero… ¿alguien cree que se le
puede meter el miedo en el cuerpo a un yihadista, diciéndole que, si le cogen,
en vez de cinco años de cárcel le van a caer diez?
Como cada
vez que se produce un atentado de estos, algunos gerifaltes de las comunidades
islámicas españolas han aparecido en la prensa repudiándolo, alegando que el
Islam es la religión de la paz y cosas por el estilo. Nada que alegar en
contra. Me parece loable que hagan esas declaraciones. Pero si, como afirman,
la mayoría de los musulmanes españoles están por la paz y repudian tales actos,
¿por qué nunca hemos visto una manifestación de ellos condenando el terrorismo
yihadista? Sí, se han manifestado algunos, pero apenas eran unas docenas,
prácticamente nada si se tiene en cuenta que en España hay casi dos millones de
musulmanes. Se quejan de que, después de cosas como las de Barcelona, el resto
de la gente los mira mal, con una mezcla de temor y rechazo. Pues bien, ello se
debe exclusivamente a que la comunidad musulmana española jamás se ha
manifestado pública y masivamente contra esta barbarie. Sólo lo han hecho, y
muy puntualmente, determinadas personas. Esto es insuficiente desde cualquier
punto de vista, de modo que, si quieren que creamos en la sinceridad de sus
declaraciones, que se manifiesten en gran número y abiertamente contra el
salvajismo yihadista que azota Europa, porque si no, habremos de colegir que,
como afirma el dicho castellano, “quien
calla, otorga”.
Ninguna “causa”, ni política ni religiosa,
justifica la pérdida de una vida humana. El terrorismo ha sido una lacra
durante el pasado siglo XX. Pero ahora nos enfrentamos a algo mucho peor, una
forma de terrorismo que amenaza nuestra forma de vida y nuestros principios democráticos, que son el resultado de siglos
de evolución social. La civilización occidental, encabezada por Europa y basada
en el respeto a los derechos humanos y la diversidad, está en grave peligro, no
sólo por culpa del yihadismo, sino también del patético “buenismo” del que hablaba antes, que lleva a las autoridades del
continente a asumir, estúpidamente, que como rezaba el título de la película de
Summers, TO ER MUNDO ES GÜENO, cuando no es así ni mucho menos. Los únicos
islamistas que deben tener cabida en nuestra sociedad son aquellos que estén
dispuestos a integrarse plenamente, respeten nuestras leyes y normas de
comportamiento, renuncien a aquellos
aspectos de su religión que choquen frontalmente con nuestros valores
humanistas, y colaboren activamente con las fuerzas del orden en la
identificación de aquellos que estén radicalizándose. Estoy convencido de que
hay musulmanes así. Pero Europa no puede bajar la guardia ni un segundo, porque
también los hay cuyo lema es: “Os
venceremos con vuestras leyes, y os gobernaremos con las nuestras”. A buen
entendedor...
Antonio
Quintana
Agosto
de 2017