POR ANTONIO QUINTANA CARRANDI
Un episodio de
la serie de los 90 Más allá del límite,
cuyo título no recuerdo en este momento, trataba sobre los habitantes de una
pequeña porción de la Tierra que, tras ser arrancada de nuestro planeta, era
llevada a otro mundo. El argumento puede parecer original, pero lo cierto es
que Luís García Lecha, firmando como
Glenn Parrish el número 300 de LCDE,
ya imaginó algo similar en fecha tan lejana como 1976.
En Islote en el cosmos una pequeña ciudad
residencial, Freeville, es transformada en un sorprendente islote cósmico tras
ser separada de nuestro planeta por seres alienígenas, que al parecer tienen la
intención de llevar éste a su mundo de origen, presumiblemente como complemento
de una especie de zoo espacial. El trozo desgajado de nuestro mundo, que
comprende la ciudad y sus alrededores en una extensión de setecientos cincuenta
kilómetros cuadrados de superficie, emprende un vertiginoso viaje por los
abismos siderales, aunque, aparentemente, todo sigue igual. Además de las especies
habituales de la zona, los alienígenas han concentrado en la isla espacial
numerosos ejemplares de la fauna terrícola, lo que provoca no pocos quebraderos
de cabeza a los perplejos habitantes de Freeville, que no acaban de creerse lo
que les ocurre. El primero en percatarse de la asombrosa realidad es Ray Ockers, el borrachín del pueblo,
que en realidad es un científico que ha caído bajo la influencia del alcohol
como consecuencia de un fracaso profesional. Con la ayuda de Cleo Langfries y Nancy Guild, dos hermosas mujeres que se detestan mutuamente, Ockers intentará encontrar la sala de
control que sin duda controla el islote, para, después de dominar a los
extraterrestres, invertir el proceso y tratar de volver a la Tierra.
Aunque, dada su
condición de bolsilibro, todo parece quedar un tanto en el aire, pues en ningún
momento se explica cómo se supone que van a reintegrar esa suerte de isla
cósmica a la Tierra, lo cierto es que se trata de una de las mejores novelas de
Lecha en su etapa de Bruguera. Muy
sencilla y algo ingenua, está más lograda que otras obras más aparatosas del
autor. Parrish logra mantener el
suspense durante casi toda la novela, que resulta entretenida y misteriosa a
partes iguales. En definitiva, lectura divertida e intrascendente con la que
pasar un buen rato. No se puede pedir más.
Antonio Quintana
Julio de 2014
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