Uno de los aspectos más interesantes de la historia de las llamadas novelas de a duro, o bolsilibros, fue el gráfico. No bastaba con que el título resultara atrayente. La novela, como cualquier otro producto, tenía que entrarle por los ojos al consumidor, así que era menester presentarla de la forma más sugestiva posible, y para ello nada mejor que dotarla de una portada colorista e impactante.
Durante la Edad de Oro de la novela popular española, las editoriales en general se preocupaban bastante de este tema. Así, por ejemplo, se acostumbraba a solicitar al autor, además de la consabida sinopsis argumental, alguna sugerencia para la ilustración de la cubierta; sugerencia que era trasladada a alguno de los dibujantes de la empresa, que se ocupaba, con mejor o peor fortuna, de realizar la ilustración. Esta inteligente práctica permitía que la cubierta de la novela diera al potencial comprador una idea aproximada del contenido de la misma. Con frecuencia, los ilustradores obviaban la sugerencia del novelista y actuaban por libre, inspirándose para la ilustración tan sólo en la sinopsis argumental de la obra. Con todo, los resultados solían ser buenos y el dibujo de la portada cumplía a las mil maravillas su función de atraer al potencial lector. Cuando un novelista gozaba ya de cierto prestigio, sus obras se vendían como churros, independientemente de la calidad de la ilustración de portada; pero ésta adquiría una importancia capital a la hora de sacar al mercado obras de un autor poco conocido. Mallorquí, Estefanía, Corín Tellado y George H White, por citar a algunos de los novelistas más representativos, habrían vendido sus novelas aunque éstas hubieran salido con una cubierta de cartón, sin ilustración y sólo con el título y el nombre del autor impresos en ella. Pero otros autores tenían que ser promocionados, por así decirlo, y una de las mejores formas de hacerlo era presentando sus obras con una portada que llamase de inmediato la atención del público. Huelga decir que, salvo contadísimas excepciones, ésta política editorial funcionó perfectamente.
Siendo este un Sitio dedicado principalmente a la ciencia-ficción, me centraré en las cubiertas de las colecciones del género, las mejores de las cuales fueron, en mi modesta opinión, las de la primera época de la colección Espacio, el mundo futuro de Toray, y las de Luchadores del espacio, de Valenciana. Ambas estaban claramente inspiradas en la estética pulp, siendo quizás más notoria esta influencia en la editorial barcelonesa. Durante los años cincuenta, la estupenda colección Espacio exhibió unas portadas deslumbrantes, representando increíbles escenas futuristas en las que aparecían todos y cada uno de los tópicos del género, tal y como se veía éste en aquel tiempo. Las ilustraciones de Luchadores, aunque deudoras también del pulp, eran algo más estilizadas a mi parecer; especialmente algunas de las que se emplearon para las novelas pertenecientes a la mítica Saga de los Aznar.
En la segunda mitad de la década de los sesenta, Toray cambió el diseño de cubierta de Espacio, quizás en un intento de modernizar el formato del bolsilibro. A tal objeto, la vistosa ilustración que ocupaba la mayor parte de la cubierta fue suprimida. El color dominante de la misma pasó a ser el blanco. Se cambió el símbolo de la colección, que a partir de ahí fue una estrella negra de ocho puntas, compuesta por un aspa de trazo grueso superpuesta sobre una cruz de trazo fino, situada en el ángulo superior izquierdo de la portada. Junto a la estrella, la palabra Espacio, un guión, El mundo futuro y otro guión. Inmediatamente debajo, una ancha franja de color negro, sobre la que figuraban en caracteres amarillos el autor y el título de la obra. Y debajo, un círculo que encerraba la ilustración propiamente dicha. Se eliminaron, así mismo, los dibujos a tinta china que precedían al capítulo primero, en los que figuraba el título de la obra, y también las letras capitales, adornadas con pequeñas ilustraciones, con las que se abría el primer párrafo de cada capítulo. Este cambio tan radical en el estilo de las portadas mermó considerablemente el atractivo visual de las novelas, aun cuando no perjudicase en lo más mínimo las ventas de las mismas. A partir de aquí, Espacio, el mundo futuro perdió la calidad gráfica que había sido como una marca de la casa, aunque, por fortuna, la calidad de los textos siguió siendo apreciable.
Con la llegada de los años setenta, Bruguera, el gigante barcelonés que estaba monopolizando a marchas forzadas el mercado del bolsilibro en España, sacó al mercado La conquista del espacio, colección que sería un referente del género para todos los aficionados que, como el que suscribe, recalaron en este valle de lágrimas en la década anterior. Desde un principio, Bruguera cuidó con esmero el asunto de las portadas, consciente de que la imagen vende. Parece ser que también respetaban, hasta cierto punto, claro, las sugerencias de los novelistas respecto al dibujo de cubierta, con lo que, en ocasiones, se conseguía que la portada representara algún pasaje concreto de la narración contenida en el bolsilibro. Una de las mejores pruebas de esto la tenemos en la portada de MISIÓN EN OULAX, número 140 de La conquista del Espacio, novela de A. Thorkent, perteneciente al ciclo de El Orden Estelar; obra muy querida para mi, ya que fue la primera narración de ciencia-ficción que leí en mi vida.
La portada de esta novela, realizada por Antonio Bernal, es una de las más logradas de toda la colección. Si La conquista del Espacio hubiera incluido dibujos interiores, como se hizo durante algún tiempo con otras colecciones, ésta habría sido ideal para ilustrar gráficamente uno de los pasajes más emocionantes de la novela; aquel en que Adán Villagrán, que viaja a bordo de una nave de pasajeros similar a un trasatlántico espacial, ayuda a la tripulación a repeler el abordaje de unos piratas cósmicos. La pequeña nave en forma de punta de flecha representa, sin duda, el ligero navío pirata que intercepta a la Gran Solex; una bola de fuego consume a tres hombres uniformados de rojo, simbolizando el feroz combate entablado, en el que se emplean potentes armas atomizadoras; y por último, lo más destacado de la ilustración: la figura principal, un hombre joven y apuesto, empuñando una humeante pistola, ligeramente agazapado, como si se estuviera parapetando tras algo y se dispusiera a saltar en cualquier momento para sorprender a un enemigo. Lo más destacable de esta espléndida cubierta es el color del uniforme de la figura principal: negro y plata; los colores predominantes en los uniformes de los miembros del Orden Estelar.
Otra cubierta notable, pese a la aparente sencillez del dibujo, es la de ISLOTE EN EL COSMOS, de Glenn Parrish, número 300 de La conquista del Espacio. Aquí nos encontramos ante una fusión perfecta de título e ilustración. El argumento de la novela gira en torno a los habitantes de la pequeña ciudad de Whiteville, que es literalmente arrancada de la Tierra por unos alienígenas que pretenden llevársela a su mundo de origen. La ilustración de Jorge Núñez, combinada con el expresivo título de la obra, sugiere con bastante claridad por dónde van los tiros del relato.
Había también, por supuesto, novelas cuyas cubiertas no tenían absolutamente nada que ver con el argumento y, de hecho, fueron las más numerosas, no sólo en LCDE, si no en todas las colecciones de bolsilibros de ciencia-ficción de todas las editoriales. Aún así, la calidad de las ilustraciones de portada solía ser, salvo en contadas ocasiones, muy aceptable. Esta tónica se mantendría, en el caso de Bruguera, casi hasta el final de su existencia como editorial. No obstante esto, a partir de principios de los años ochenta, coincidiendo con el lento pero imparable declive de la novela de a duro, la calidad de las ilustraciones de cubierta fue disminuyendo. Bruguera aplicó entonces una práctica ya utilizada anteriormente por sus rivales: el reciclaje de cubiertas. Así, en plenos años ochenta se publicaron novelas con las mismas portadas de otras obras anteriores. Como las ilustraciones pertenecían al fondo de la empresa, podían reutilizarlas cuantas veces quisieran. Supongo que tendrían que abonar a los artistas una cantidad en concepto de Derechos de Autor, pero esto, sin duda, siempre les saldría más barato que encargarle al ilustrador una cubierta original. Veamos un ejemplo. En 1976, Salvador Fabá se ocupó de la portada de ROBOTS PROHIBIDOS, de Glenn Parrish, número 313 de La conquista del Espacio; ocho años más tarde, en 1984, sale al mercado MÁQUINAS REBELDES, firmada por Clark Carrados, número 222 de Héroes del Espacio, con la misma portada.
Posteriormente, tras el colapso de Bruguera y su venta al Grupo Zeta, éste, a través de Ediciones B, lanzó una corta pero interesante reedición de novelas de ciencia-ficción pertenecientes al fondo editorial de la legendaria editora catalana. En este caso, se emplearon las ilustraciones de cubierta aleatoriamente, por lo que la misma obra aparece en cada edición con portada distinta. Ejemplos de esto son, siempre refiriéndonos a obras de Luis García Lecha, ROBOTISMO, número 293 de La conquista del Espacio y 30 de la reedición de Ediciones B; y EL SECRETO DEL DOCTOR TYNE, número 488 de La conquista del Espacio y 28 de la reedición. Es digna de reseñar, también, la impactante ilustración realizada por Alberto Pujolar en 1974 para FUEGO PARA UN PLANETA, de Glenn Parrish, número 188 de La conquista del Espacio, que sería reutilizada en la reedición de otra obra de Luis García Lecha, DESERTORES DEL FUTURO, nº 24 de la LCDE de Ediciones B.
En general, puede afirmarse que las llamativas ilustraciones de cubierta contribuyeron de forma notoria a la popularidad de los bolsilibros de ciencia-ficción, y eso a pesar de que en ocasiones, pocas afortunadamente, la portada resultase más emocionante que el argumento de la novela. Los lectores de bolsilibros tenemos tendencia a encumbrar a los escritores, olvidándonos de los excelentes artistas que vistieron sus novelas con sus correctas, cuando no geniales, ilustraciones. Vaya desde aquí mi reconocimiento para todos ellos.
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