Publicada en octubre de 1979, con el nº 479 de LCDE, ENEMIGOS OCULTOS es una de las novelas de a duro de Thorkent que más me gustaron en su momento.
Nos encontramos en el planeta Ra, un mundo tipo Tierra habitado por una comunidad de colonos humanos. Los habitantes de este mundo son, en realidad, colonizadores forzosos. Su destino original era otro planeta situado a enorme distancia de éste, pero cien años atrás, la nave en que viajaban sufrió un accidente y se vio arrastrada hasta este mundo apartado de las rutas estelares conocidas. Los colonos consiguieron hacer aterrizar su nave sin que sufriera apenas desperfectos, con lo que no se perdió ni una sola vida. Pero se encontraron convertidos en verdaderos náufragos espaciales, abandonados a su suerte en un planeta desconocido. Dentro de su desgracia, la fortuna, en cierto modo, les había sonreído. Habían caído en un planeta dotado de gravedad y atmósfera similares a las de la vieja madre Tierra y con abundancia de agua y vegetación. Con el equipo que transportaban en la nave pronto lograron establecerse con un mínimo de comodidad. Ra, nombre con el que bautizaron a su nueva y forzosa patria, era un mundo bastante acogedor y la colonia fue prosperando poco a poco. El mayor problema con el que se encontraron los raianos fue la escasez de metales, que parecían no existir en el planeta. Debido a ello, tuvieron que recurrir a los metales de los que estaba construida la nave, aprovechando hasta el último miligramo de ellos.
Los raianos viven felices y sin problemas, pero no han perdido la esperanza de ser localizados un día por alguna nave de la Federación Terrestre. Mientras llega ese día, ansiado por todos, continúan trabajando incansablemente para colonizar el planeta.
Uno de los habitantes de la colonia no es descendiente de los pasajeros de la nave espacial accidentada. Se trata de un muchacho llamado Redon, que llegó al planeta diez años atrás, en una nave que, según sus propias palabras, acabó precipitándose en el fondo de un profundo lago, logrando salvarse él casi de milagro. Redon fue aceptado en la comunidad con ciertas reservas al principio, reservas que desaparecieron casi por completo cuando el muchacho demostró sus habilidades tecnológicas, ayudando a los colonos a reparar sus anticuados sistemas de comunicaciones. Esos sistemas no sirven para comunicarse con planetas habitados, pues éstos se hallan a tan enorme distancia que se tardarían décadas, o tal vez siglos, en establecer contacto con ellos y recibir una respuesta. Pero pueden emplearse para tratar de detectar alguna nave que navegue por las proximidades de Ra, siempre y cuando esa hipotética nave no se halle a una distancia superior a los mil millones de kilómetros y el equipo de los colonos la cubra con su cono de rastreo. Los raianos saben que las posibilidades de que una nave federal se aventure por esa inexplorada zona del espacio son mínimas, pero no pierden la esperanza.
Nos encontramos en el planeta Ra, un mundo tipo Tierra habitado por una comunidad de colonos humanos. Los habitantes de este mundo son, en realidad, colonizadores forzosos. Su destino original era otro planeta situado a enorme distancia de éste, pero cien años atrás, la nave en que viajaban sufrió un accidente y se vio arrastrada hasta este mundo apartado de las rutas estelares conocidas. Los colonos consiguieron hacer aterrizar su nave sin que sufriera apenas desperfectos, con lo que no se perdió ni una sola vida. Pero se encontraron convertidos en verdaderos náufragos espaciales, abandonados a su suerte en un planeta desconocido. Dentro de su desgracia, la fortuna, en cierto modo, les había sonreído. Habían caído en un planeta dotado de gravedad y atmósfera similares a las de la vieja madre Tierra y con abundancia de agua y vegetación. Con el equipo que transportaban en la nave pronto lograron establecerse con un mínimo de comodidad. Ra, nombre con el que bautizaron a su nueva y forzosa patria, era un mundo bastante acogedor y la colonia fue prosperando poco a poco. El mayor problema con el que se encontraron los raianos fue la escasez de metales, que parecían no existir en el planeta. Debido a ello, tuvieron que recurrir a los metales de los que estaba construida la nave, aprovechando hasta el último miligramo de ellos.
Los raianos viven felices y sin problemas, pero no han perdido la esperanza de ser localizados un día por alguna nave de la Federación Terrestre. Mientras llega ese día, ansiado por todos, continúan trabajando incansablemente para colonizar el planeta.
Uno de los habitantes de la colonia no es descendiente de los pasajeros de la nave espacial accidentada. Se trata de un muchacho llamado Redon, que llegó al planeta diez años atrás, en una nave que, según sus propias palabras, acabó precipitándose en el fondo de un profundo lago, logrando salvarse él casi de milagro. Redon fue aceptado en la comunidad con ciertas reservas al principio, reservas que desaparecieron casi por completo cuando el muchacho demostró sus habilidades tecnológicas, ayudando a los colonos a reparar sus anticuados sistemas de comunicaciones. Esos sistemas no sirven para comunicarse con planetas habitados, pues éstos se hallan a tan enorme distancia que se tardarían décadas, o tal vez siglos, en establecer contacto con ellos y recibir una respuesta. Pero pueden emplearse para tratar de detectar alguna nave que navegue por las proximidades de Ra, siempre y cuando esa hipotética nave no se halle a una distancia superior a los mil millones de kilómetros y el equipo de los colonos la cubra con su cono de rastreo. Los raianos saben que las posibilidades de que una nave federal se aventure por esa inexplorada zona del espacio son mínimas, pero no pierden la esperanza.
Y un día, se produce el milagro. Una nave estelar entra en contacto con las autoridades coloniales, avisando de su inminente arribada. Toda la colonia recibe la noticia con alegría y gran expectación. Tras un siglo de trabajo y esfuerzo, los colonos consideran Ra como su hogar, y por tanto no desean abandonarlo. Pero ansían poder mantener relaciones comerciales con otros planetas habitados, lo que sin duda redundaría en un mayor progreso de la colonia. Por eso la llegada de la nave de la Tierra es celebrada por todos. Por todos, menos por Redon. El misterioso muchacho tiene la costumbre de desaparecer de la circulación durante unos cuantos días, perdiéndose en los bosques, para meditar o algo así. Los colonos, acostumbrados ya a la peculiar forma de ser de Redon, no encontraron extraño que éste se esfumara apenas unos días antes de la llegada de la nave federal. Están lejos de sospechar que, esta vez, la marcha de Redon está íntimamente relacionada con la arribada de la nave espacial. Porque el muchacho sabe quiénes son realmente los tripulantes de ese navío y lo que pretenden de los raianos.
ENEMIGOS OCULTOS, como su título índica, aborda uno de los temas más recurrentes de la CF, el de los invasores alienígenas que se presentan bajo un falso aspecto humano para ganarse la confianza de los invadidos y así poder llevar a cabo sus siniestros propósitos. Pero no importa lo tópica que, en principio, pueda parecer la historia que se relata. Como siempre, Torres Quesada consigue que la novela funcione a las mil maravillas, manteniendo el interés del lector hasta la última página. El protagonismo de la aventura recae, naturalmente, en el extraño Redon, un muchacho que dice proceder del planeta Malada y que demuestra poseer unos poderes muy especiales, con los que puede incluso sugestionar a la gente, haciéndole ver cosas que no existen. El mejor amigo de Redon, casi podría decirse que el único, es el anciano Juan, posiblemente el único miembro de la comunidad que se ha percatado de sus peculiares habilidades. Como es natural, también hay una hermosa muchacha enamorada de ese chico del planeta Malada, que no ha envejecido nada en diez años y que es más raro que un perro verde. Brenda, que tal es su nombre, bebe los vientos por Redon, pero éste parece ser inmune a su innegable encanto femenino. Y para completar el triángulo amoroso, que tan buenos resultados da en cualquier novela, tenemos al tercero en discordia, el pobre Joshua, que aunque admira y respeta a Redon, no puede evitar tenerle un poquito de inquina, ya que ama a Brenda pero ésta sólo tiene ojos para el maladiano.
Los alienígenas, por su parte, responden a la perfección al tipo de extraterrestre popularizado por la literatura pulp y las películas de Serie B de los años cincuenta. Tras su apariencia humana se ocultan unos bichejos repugnantes, masas informes de carne viscosa y rojiza, con unos ojos blancos como la nieve en los extremos de unas antenas que salen de sus cabezas. Poseen la capacidad de alterar su estructura molecular para adquirir la apariencia física exterior de otra forma de vida, de un modo parecido, supongo, a como lo hacía la inolvidable Maya de ESPACIO 1999. Estos seres se autodenominan Yials. En cuanto a Redon, pertenece a la raza Kohco, una rama de la especie humana cientos de miles de años más evolucionada, en todos los aspectos, que la terrestre. Ambas especies son enemigas mortales desde muchos siglos atrás.
Aunque la novela es independiente de la Saga de El Orden Estelar, creo que puede integrarse perfectamente en el mismo universo futurista. Aquí se menciona una Federación Terrestre, que podría muy bien ser la predecesora del Gran Imperio, por lo que la acción de la novela se situaría en la época en que la humanidad terrícola comenzó a expandirse por la galaxia. Sería interesante conocer la opinión del autor sobre esta idea que apunto.
ENEMIGOS OCULTOS. Novela de a duro de uno de los grandes de la CF española. Si podéis encontrarla, leedla. Disfrutareis de unas horas de sano entretenimiento, de la mano de uno de los escritores que ha dado carta de naturaleza a la CF nacional.
TÍTULO: ENEMIGOS OCULTOS
AUTOR: A. THORKENT (Ángel Torres Quesada).
COLECCIÓN: LA CONQUISTA DEL ESPACIO (Nº 479)
COLECCIÓN: LA CONQUISTA DEL ESPACIO (Nº 479)
CUBIERTA: JORGE SAMPERE
EDITORIAL: BRUGUERA
AÑO DE PUBLICACIÓN: 1979.
PÁGINAS: 96.
PÁGINAS: 96.
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