Reseñar una obra del maestro Lou Carrigan siempre es un honor, más aún si se trata de uno de sus espléndidos westerns. La novela que hoy tengo el gusto de comentar para los amigos de Bolsi & Pulp, VALLE PARAÍSO, es una correcta historia del Oeste.
Pero no vaya a creer el lector que Forrest es un pistolero de esos capaces de matar a su propia madre por veinte dólares. Nada de eso. El amigo Ike es un ranchero que ha tenido una mala racha y se ha quedado casi en la ruina. A pesar de todo, mantiene el tipo y el buen humor, otra característica común a la mayoría de los héroes de las novelas de Carrigan. Ha bautizado al valle en el que se encuentran sus tierras como Valle Paraíso, y se muestra dispuesto a afrontar la mala época con determinación, en espera de tiempos mejores. Un día recibe la visita de Marvin Lucas, prospero ganadero de la región, que en su nombre y en los de los demás ganaderos del valle, intenta convencerle para que venda sus tierras, ya que, curiosamente, son las mejores de toda la comarca, las de pasto más jugoso para el ganado. Forrest se niega en redondo, pero ofrece a su vecino otro trato. Él tiene pastos, pero no tiene ganado; a ellos les sobra el ganado, pero les faltan pastos. Si Lucas accede a prestarle cierta suma de dinero, para que pueda comprar una pequeña manada, Forrest le permitirá traer su ganado a pastar a sus tierras. Lucas no sólo no accede a la petición de Forrest, si no que le amenaza con echarle del valle, ya que cuenta para hacerlo con la ayuda del resto de los rancheros de la comarca. Forrest ni se inmuta, limitándose a decirle que lo intente si tiene arrestos para ello. Furioso, Lucas se marcha, y es entonces cuando aparece en escena Lissa Lucas, su bella hija, que acude a visitar diariamente al desastrado Forrest, casi siempre con alguna tonta excusa, y que se había ocultado al ver llegar a su padre. La chica está literalmente colada por Ike, y éste, que la ha calado desde el principio, encuentra cierto morboso placer en mortificarla un poco.
En vista de las amenazas de Lucas, Ike decide ir al pueblo para hablar con el juez Key y hacerle partícipe de lo sucedido, a fin de tener su flanco legal perfectamente cubierto. Él no piensa empezar ninguna trifulca, pero no consentirá que otros metan su ganado en sus tierras, ni mucho menos que traten de despojarle de ellas. En la taberna del pueblo se hallan reunidos Lucas y el resto de los rancheros, discutiendo la situación. Lucas, muy a su pesar, tiene que reconocer que Forrest tiene derecho a defender lo que es suyo. Algunos de sus colegas fanfarronean acerca de su superioridad numérica, y de lo fácil que les resultaría echarle del valle si todos se decidieran a actuar conjuntamente, pero Lucas consigue enfriarles los ánimos, recordándoles que, a pesar de su aspecto desastrado, Ike Forrest es un magnífico tirador de revólver, y no como ellos que, como mucho, sólo han empleado el Colt contra algún coyote o res desmandada.
Cuando Lucas y los demás ven llegar a Forrest al pueblo, montado en su mula Tía Juana, deducen que va a pedir protección al juez, y no se equivocan, porque poco después, el desaliñado ganadero desmonta frente a la casa del magistrado. En el mismo instante, media docena de jinetes irrumpen en el pueblo y se dirigen, también, hacia la vivienda del juez. La catadura de los recién llegados sobrecoge a los vecinos de Valley Town.
Registrando cuidadosamente en su memoria el pequeño pero extraño suceso, Forrest abandona la casa del juez y se encamina hacia el almacén general, donde se encuentra con Lissa Lucas. Mientras realiza su modesta compra, Ike ve a los seis pistoleros salir de casa del juez y dirigirse a la oficina del telégrafo. Los pistoleros envían un telegrama a Fort Davis, donde se encuentra el juez Key, pidiéndole que regrese a Valley Town lo antes posible, porque han surgido problemas serios. Bamberger, el telegrafista, medio muerto de miedo, no tiene más remedio que firmar el telegrama con el nombre de la esposa del juez, para que éste crea que ha sido ella quien se lo ha mandado. Una vez expedido dicho telegrama, Corbin, el cabecilla de los gatilleros, pregunta al telegrafista por su nombre, comprueba su lista y, tras desenfundar su revólver, le abate de tres certeros disparos, tras lo cual, sus hombres destrozan todo el equipo telegráfico. Luego abandonan la estafeta de telégrafos y se dirigen al almacén general, bajo las angustiadas y temerosas miradas de Marvin Lucas y sus conciudadanos.
Ike Forrest se hace cargo inmediatamente de la situación. Ante todo, no quiere que le ocurra nada a la joven, de modo que se las arregla para llevársela de allí, a pesar de que ella no quiere irse. Nuestro héroe sostiene un tenso diálogo con Corbin, el cabecilla de los forajidos, que le incita a marcharse de una vez o a enfrentarse a él. Nuestro protagonista, haciendo gala de una engañosa mansedumbre, abandona la tienda llevando del brazo a Lissa Lucas, que por fin ha comprendido que Ike está haciendo lo más conveniente para ambos. Ya en la calle, la muchacha quiere ir al encuentro de su padre, pero Forrest no se lo permite. Aún deben pasar una prueba más. Corbin y sus esbirros deciden divertirse a costa de Forrest y su mula, y comienzan a disparar sus armas apuntando al suelo, justo debajo de Tía Juana, que se encabrita y parece volverse loca, estando a punto de arrojar al suelo a Lissa. Pero con gran serenidad, Ike logra montar en la mula y partir al galope, perseguido por los tiros y las risotadas de la pandilla de facinerosos.
Marvin Lucas, por su parte, corre en busca de su caballo y lo lanza al galope tras Tía Juana, alcanzando a la mula y sus jinetes a corta distancia del pueblo. Y es entonces cuando aparece por un recodo del camino una calesa ocupada por dos personas, una mujer todavía joven y hermosa y un hombre de unos cuarenta años, bajo, ancho de hombros y de expresión fría y cruel. Mientras la calesa se dirige hacia el pueblo, Lucas le da las gracias a Forrest por ayudar a su hija. El ranchero está preocupado. Le parece conocer al hombre de la calesa, aunque no consigue recordar de qué.
No anda desencaminado Marvin Lucas. El hombre de la calesa es Owen Gulik, un delincuente que, tiempo atrás, fue juzgado y condenado a largos años de presidio. Gulik vuelve para vengarse del Juez Key y de los doce vecinos de Valley Town que ejercieron de jurados en su proceso. Corbin y sus hombres obedecen ciegamente a Gulik, entre otras cosas porque en el plan de venganza de éste está incluido el asalto al banco de la ciudad, del que esperan obtener al menos quince o veinte mil dólares. Una bonita suma que, sin duda, contribuirá a endulzar más la criminal venganza planeada por el forajido.
Mientras tanto, Ike Forrest se encuentra sumido en profundas meditaciones. Su intención era desentenderse de cualquier asunto que no le afectara directamente. Después de todo, durante los tres años transcurridos desde su arribada al Valle Paraíso, no había recibido otra cosa de sus vecinos más que desplantes y malos gestos. Pero la idea de que aquel paraíso acabe por convertirse en un infierno por culpa de unos pistoleros no le hace ninguna gracia. Le preocupan los resplandores que ve en la noche, y que no pueden ser otra cosa más que ranchos incendiados por los forajidos de Corbin. De pronto aparece Lissa Lucas. La muchacha declara que viene para quedarse con él, lo que deja no poco perplejo a nuestro protagonista. Marvin Lucas por fin ha recordado quién es el hombre de la calesa y ha puesto en antecedentes a su hija, que a su vez se apresura a contárselo todo a Forrest. Nuestro héroe no tiene intención de hacer nada por los que jamás le ayudaron, pero cuando la muchacha comenta que uno de los pistoleros se ha quedado en casa de la señora Key, la esposa del juez, Ike decide intervenir. El magistrado y su mujer son las únicas personas de Valley Town que se portaron bien con él, y no piensa permitir que les ocurra nada, de modo que piensa ir al pueblo a ver qué puede hacer. Lissa insiste en acompañarle.
Una vez en la ciudad, Forrest da muestras de una extraordinaria sangre fría. Con una sencilla pero hábil estratagema, consigue introducirse en la casa del juez y sorprender al pistolero por la espalda, acuchillándolo sin contemplaciones. Poco después, Ike y Lissa emprenden el regreso al rancho de él, acompañados por la señora Key. A nuestro héroe le aguarda una nueva sorpresa. Marvin Lucas y sus amigos le están esperando para… pedirle ayuda. Forrest casi no se lo puede creer, pero termina decidiéndose a ayudarles, aunque con una condición: él eliminará a Gulik y su banda de pistoleros, a cambio de que Lucas y sus amigos le paguen mil dólares cada uno por el trabajo. Lucas y los demás, atrapados literalmente entre la espada y la pared, no tienen más remedio que acceder a la petición de Forrest, de modo que éste pone en marcha su plan de acción, sencillo, contundente. eficaz, con el que conseguirá librar a Valle Paraíso de Owen Gulik, Corbin y los demás asesinos a sueldo, además de reunir una bonita suma de dinero y ganarse el amor de la hermosísima Lissa Lucas.
VALLE PARAÍSO es un buen western, a pesar de la sencillez de su argumento. Como en cualquier obra del maestro Carrigan, lo que más destaca es el ritmo trepidante que imprime a su narrativa, que hace casi imposible dejar la novela una vez que se ha comenzado a leerla. Aunque no sea una de las mejores novelas de Lou, los amantes del género disfrutarán sin duda de su lectura, como disfrutó el autor de este comentario.
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