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jueves, 10 de octubre de 2013

Y LLEGARON LOS AZNAR

 


 
Hacia finales de la década de los setenta viví lo que podríamos llamar mi Edad de Oro de aficionado a la ciencia-ficción. Devoraba las novelas de la colección La conquista del espacio, de la Editorial Buguera, y acababa de asistir maravillado a los estrenos de dos grandes películas del género: LA GUERRA DE LAS GALAXIAS y ENCUENTROS EN LA TERCERA FASE. También había podido disfrutar de la emisión por TVE, en glorioso blanco y negro, de Espacio 1999, serie que hizo furor en aquella época. Por mi cumpleaños, en vista de mis aficiones, me regalaron Fundación, la inolvidable obra del Buen Doctor. A mis quince años mal contados estaba convencido, ¡ingenuo de mí! de que ya nada podía sorprenderme, de que conocía lo mejor de la ciencia-ficción.
 
Y entonces llegaron los Aznar de la mano de George H. White .
 
La cosa fue más o menos así. Mi hermano mayor tenía un amigo ovetense que pasaba los fines de semana en Llanes y se quedaba en nuestra casa. Viendo mi afición por la ciencia-ficción me dijo que él también leía bastante, y que el siguiente fin de semana me traería algunas novelas del espacio. En realidad el chaval leía de todo, y aunque la ciencia-ficción no era su género preferido, admitía que ciertas novelas firmadas por un tal G. H. White le habían impresionado.
 
Una semana más tarde se presentó el chaval con un par de cajas de zapatos llenas de bolsilibros. En una de ellas había novelas de Bruguera, de autores que ya conocía. La otra estaba repleta de novelitas de cubiertas amarillas, con unas ilustraciones en las portadas que me recordaron mucho el estilo de los comics de Flash Gordon. El formato de aquellos bolsilibros era más pequeño que los de Bruguera, pero parecían tener bastantes más páginas. El amigo de mi hermano me informó que aquellas novelas eran parte de una saga, y que por tanto convenía leerlas por el orden en que habían sido publicadas. Por desgracia no las tenía todas, sólo aquellas quince que me había traído, y me aseguró que eran realmente fascinantes.
 
VENIMOS A DESTRUIR EL MUNDO, número 10 de la segunda edición de Luchadores del espacio, fue la primera novela de La saga de los Aznar que leí. Fue un sábado por la tarde. Pensaba ver la película de aventuras que daban en TVE 1, pero se desató una tormenta y se fue la luz. De modo que cogí la novelita de G. H. White, arrimé una silla al balcón de mi habitación, me senté y comencé a leer. El viento azotaba la lluvia contra los cristales, pero yo ya no me enteraba de nada, pues me hallaba a bordo de un acorazado de la Armada Sideral Redentora, compartiendo la fabulosa aventura del capitán Bernabé Pocaterra y su valerosa tripulación.


En días posteriores fui devorando las restantes novelas de la saga y me quedé sencillamente anonadado. El universo futurista que describía aquel autor hacía empalidecer incluso al de la mismísima LA GUERRA DE LAS GALAXIAS. En aquellas aparentemente sencillas novelas se describían batallas espaciales entre flotas compuestas por millones de naves, capaces de poner en el espacio en cuestión de minutos docenas de millones de torpedos de cabeza atómica. Aparecían ejércitos de robots, trajes espaciales construidos con un cristal que era inmune incluso a rayos desintegradores, fusiles ametralladores que disparaban ¡balas atómicas! un sistema por el que se podía miniaturizar cualquier cosa inanimada, desde una silla hasta un torpedo autómata, y otras maravillas sin cuento. Pero lo que me dejó literalmente con la boca abierta fue Valera, ese planetillo hueco que los redentores convirtieron en la más fabulosa astronave de la historia de la ciencia-ficción.
 
Ni que decir tiene que tardé muy poco en leerme todas las novelas que me había proporcionado el amigo de mi hermano. Eran sólo quince y salteadas, así que me puse inmediatamente a buscar más novelas de la Saga. El amigo de mi hermano me dijo que no tenía más, pero que podía quedarme con aquellas si quería. ¿Qué si quería? ¡Lo estaba deseando! Le di las gracias y empecé a husmear por todas partes tratando de localizar más obras de G. H. White.
 
Pero entonces comenzó mi calvario. En Llanes no encontré ni una, así que me fui a Oviedo y estuve casi un día entero recorriendo kioscos de prensa. Sólo encontré algunos títulos que ya tenía, pero ninguno nuevo. Un kiosquero me dijo que aquellas novelas se vendían como churros y que me resultaría difícil encontrar alguna porque la colección ya había concluido.


Durante los años siguientes seguí buscando infructuosamente. Parecía que aquellas novelas que tanto ansiaba poseer me esquivaban intencionadamente. No conseguí ninguna ni en librerías de viejo ni en los puestos de libros que ponían en verano. Había escrito a la Editorial Valenciana solicitándoles varios títulos. En este caso había que pagar las novelas en sellos de correos sin usar, así que mande los sellos correspondientes al precio de los diez títulos que solicitaba. La editorial se portó muy bien. Sólo les quedaba un ejemplar de GUERRA DE AUTÓMATAS en el almacén, y como no estaba en buen estado no me lo cobraron. Reparé la novelita con un poco de cinta adhesiva y escribí a Pascual Enguídanos, cuya dirección me había proporcionado la editorial. El bueno de don Pascual me respondió a vuelta de correo. Según me dijo, la editorial le había entregado diez ejemplares de cada título, pero había ido regalándoselos a familiares, amigos y lectores que se los habían pedido, por lo que no podía mandarme todos los que le pedía so pena de quedarse sin ninguno. No obstante, me envió seis números que recibí con inmensa alegría.
 
Esto fue hacia 1981. A pesar de mis esfuerzos, no volví a encontrar otra obra de la saga hasta las navidades de 1984. Fue en Zaragoza, donde estaba cumpliendo la mili. En una librería de lance localicé EL ENIGMA DE LOS HOMBRES PLANTA, por la que tuve que pagar doscientas cincuenta pesetas de entonces. Supongo que el librero adivinó por mi expresión lo mucho que me interesaba aquella modesta novela y aprovechó la coyuntura. Pero no me importó. También conseguí a buen precio JONES, EL HOMBRE ESTELAR, de Robert A. Heinlein.
   
Y ahí se acabó la racha. No volví a ver otra novela de La saga de los Aznar hasta que Silente las reeditó. Por fin, tras largos años de espera, la Saga completa estaba a mi alcance. Pocas veces he disfrutado tanto como con la lectura de la insuperable novela-río creada por G. H. White . Sin embargo, a pesar de la indudable calidad de la edición de Silente, aquellas modestas novelas de cubiertas amarillas, portadas fascinantes y evocadoras y papel corrientísimo son muy queridas para mi. Junto con las de A. Thorkent simbolizan la mejor época de mi vida como aficionado a la ciencia-ficción, aquella en la que, gracias a los humildes pero dignos autores de novelas populares, descubrí el género literario más fascinante.
 
Pascual Enguídanos nos dejó en marzo del 2006. Pero su alter ego, George H. White, ha alcanzado la inmortalidad a través de su insuperable obra. Vaya desde aquí mi emocionado recuerdo para un hombre que elevó la novela popular de ciencia-ficción a un nivel que ningún otro autor, español o extranjero, podrá superar jamás.

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