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jueves, 20 de junio de 2013

MERCADERES DEL ESPACIO

 
 
 
 
 
MERCADERES DEL ESPACIO es una muestra más de cómo la ciencia-ficción puede, hasta cierto punto, predecir el futuro. A mediados de los años cincuenta del pasado siglo, estos dos autores imaginaron un mundo en el que las grandes empresas comerciales ostentan el poder más absoluto que imaginarse pueda; en el que el sistema económico ha fagocitado al sistema político, y en el que los Señores del Comercio controlan las vidas de todos y cada uno de los habitantes del planeta. La Tierra está regida por una especie de supracapitalismo carente de cualquier escrúpulo legal o moral, para el que sólo cuenta el beneficio puro y duro. Las identidades nacionales ya no tienen razón de ser, pues lo que cuenta es la lealtad a la empresa para la que se trabaja. Es ésta una sociedad globalizada, en la que impera el consumismo más desaforado, convenientemente promovido por las poderosas multinacionales, y en el que se rinde culto al dios Ventas y a la diosa Publicidad. Mittchell Courtenay, el protagonista de esta historia, es uno de los miembros de las clases privilegiadas de este mundo de pesadilla. Importante ejecutivo de uno de los truts más importantes, la sociedad Fowler/Schocken, es un hombre feliz, plenamente integrado en la comunidad. Disfruta de su trabajo, está convencido de que vive en el mejor de los mundos posibles y cree sinceramente que todos los habitantes de la Tierra llevan vidas tan plenas y satisfactorias como la suya, aunque eso sí, cada uno de acuerdo con su nivel social. Es un publicista nato, capaz de venderle cubitos de hielo a un esquimal. Jamás se ha cuestionado la moralidad de lo que hace, ni alberga dudas sobre la justicia del sistema social del que forma parte. Pero todo eso cambia bruscamente cuando tiene que hacerse cargo de uno de los proyectos más ambiciosos de la compañía en la que presta sus servicios: la promoción de la colonización del planeta Venus, con vistas a la explotación comercial no sólo de sus recursos, sino también de los colonos que decidan establecerse allí. Courtenay se sumerge de lleno en dicho proyecto, sin sospechar que muy pronto, y no por voluntad propia, tendrá oportunidad de saber cómo vive la mayoría de los habitantes de la Tierra, los que no forman parte de la exclusiva elite dirigente, los que se ven obligados a trabajar y consumir sin descanso para mantener en marcha una civilización hiperconsumista, deshumanizada y amoral. Mittchell conocerá esta realidad, y entrará en contacto con los disidentes, los enemigos del Sistema, los odiados consistas, cuya causa acabará abrazando.
 
Aún hoy asombra la capacidad predictiva de los autores de esta novela, que en 1954 describieron un futuro en el que los dogmas del neoliberalismo, del capitalismo más salvaje, han sido impuestos al conjunto de la humanidad, dando origen a una sociedad consagrada exclusivamente al comercio y al consumo, entendidos éstos casi como una religión. Las multinacionales, auténticos gobiernos en la sombra durante mucho tiempo, son en esta obra más que poderosas, omnímodas. Los gobiernos nacionales de antaño continúan existiendo, aunque sólo como apéndices secundarios de las grandes corporaciones, que son las que de verdad manejan el cotarro. El planeta ha sido dividido en Unidades Comerciales, a fin de aprovechar más eficientemente sus recursos que, dicho sea de paso, son cada vez más escasos a causa de la sobreexplotación a la que han sido sometidos sin tregua durante décadas. En esta Tierra superpoblada coexisten la ostentación y el lujo con la miseria y la degeneración; la técnica más avanzada, con la más apremiante carencia de materias primas. Se viaja en fabulosas naves cohete, e incluso existen colonias lunares; pero los combustibles fósiles están casi totalmente agotados, y los automóviles han dejado de ser tales, para convertirse en coches de pedales. Los niveles de contaminación son tan altos, que en las ciudades no se puede salir a la calle sin filtros para el hollín en suspensión que emponzoña el aire. La deforestación ha alcanzado cotas inimaginables, hasta el punto de que las joyas, incluidos los anillos de compromiso, se fabrican de madera; tal es la escasez de esta materia, que la ha vuelto más valiosa que el oro o la plata. La gente tiene a su alcance una extensísima gama de productos manufacturados, completamente innecesarios; pero su alimentación se basa en proteínas regeneradas y un extenso abanico de compuestos artificiales. A un neoyorkino, como el protagonista, le sale más barato un fin de semana en Miami Beach que cenar un auténtico bistec de ternera.
 
Pero lo más terrible es la espantosa degradación de la humanidad provocada por este totalitarismo capitalista. La sociedad está rígidamente estratificada en niveles o castas, siendo la más numerosa de ellas la de los consumidores, que representa al noventa por ciento de la humanidad, miserablemente explotada por las empresas de todo el orbe, y cuya única razón de existir es, como su propio nombre indica, la de consumir más y más a fin de que el sistema siga funcionando.
 
Debo reconocer que, cuando leí esta novela por primera vez, hace más de treinta años, no me gustó. Por aquel entonces aun no conocía las obras capitales del género, ya que sólo había leído un buen montón de bolsilibros y algunas obras dispersas de Asimov. MERCADERES DEL ESPACIO me pareció un desvarío absoluto, un relato demencial, sin pies ni cabeza. Evidentemente, como aficionado a la ciencia-ficción era todavía un diamante en bruto. Pero cuando la releí, algunos años más tarde, mi formación como persona y aficionado al género había avanzado bastante, y pude captar, en toda su crudeza, la extraordinaria calidad del argumento y la certera advertencia que el relato encierra: si la humanidad no toma medidas al respecto, este pavoroso futuro podría hacerse realidad.
 
Sin embargo, transcurrido medio siglo desde su publicación, puede afirmarse que el futuro descrito en MERCADERES DEL ESPACIO es, al menos en ciertos aspectos, nuestro presente. En nuestros días, la publicidad y el consumismo más irresponsables lo invaden todo. Las grandes corporaciones comerciales extienden sus tentáculos hasta el último rincón del planeta, abarcando todos los ámbitos de las actividades humanas. La estratificación de la sociedad aun no es como en la novela, pero existen indicios claros de que avanza en la misma dirección. La publicidad, uno de los pilares básicos del Sistema en la novela de Pohl y Kornbluth, está adquiriendo en nuestro tiempo idéntica importancia, con todo lo que eso significa. La progresiva, constante y cada vez más intensa presión publicitaria que acosa al hombre de hoy así lo indica. La caja tonta, el gran instrumento idiotizador de nuestra era, la gran lavadora de cerebros, es la plataforma perfecta para la ofensiva publicitaria. Preocupante es el acoso publicitario que sufren niños y jóvenes, para los que parecen ideados el ochenta por ciento de los productos que salen al mercado. De nada han servido las campañas contra la saturación de anuncios en las televisiones, especialmente en los programas infantiles y juveniles. Las cadenas se saltan a la torera todas las normativas al respecto, sin que las autoridades competentes se dignen actuar, lo cual resulta, hasta cierto punto, lógico. Después de todo, incluso en esta Europa socialdemócrata se rinde pleitesía al mercado. Los críos de hoy son los consumidores del mañana, y hay que adoctrinarlos convenientemente, para que, ya adultos, continúen aumentando los beneficios de las mafias mercantilistas.
 
Mas hay otras señales de que nuestra sociedad actual evoluciona, lenta pero perceptiblemente, hacia parámetros similares a los presentados por Kornbluth y Pohl. También en nuestra realidad cotidiana conviven la miseria con la alta tecnología; los grandes avances científicos, con la progresiva escasez de los recursos más vitales. Tenemos a nuestro alcance toda clase de artilugios electrónicos, diseñados para facilitarnos el trabajo o el entretenimiento; pero las cosas realmente esenciales, como una vivienda digna, alimentos sanos y naturales o una atención sanitaria de calidad resultan cada día menos asequibles para el común de los mortales. Esto se evidencia, sobre todo, en los países que conforman el llamado Tercer Mundo, donde los televisores en color, los ordenadores, acondicionadores de aire y otros cachivaches por el estilo conviven con la falta de agua corriente en las viviendas, la penuria alimentaria y la inexistencia de servicios sanitarios mínimos. En el mundo de Mittchell Courtenay absolutamente todos los servicios han sido privatizados, incluso la Policía, cuyas funciones ejercen empresas de Seguridad que no son más que truts de mercenarios que contratan sus servicios al mejor postor. Algo así como la siniestra Blackwater que opera en Irak. Estos policías no protegen más que a quien les paga, particulares o empresas, y huelga decir que los pobres consumidores no pueden costearse ese tipo de protección. Hoy, hasta los gobiernos más socialistas abogan por la privatización de los servicios públicos. Una prueba más de hacia dónde avanza esta sociedad nuestra.
 
Pohl y Kornbluth esbozan en su novela un futuro de lo más aterrador. Pero incluso en un mundo así brilla una tenue luz de esperanza, concretada en el movimiento consista. Los consistas, miembros de la ACM (Asociación Conservacionista Mundial) son los ecologistas del mundo de Mittchell Courtenay. Las únicas personas sensatas en esa inmoral sociedad de consumo que camina hacia su propia destrucción. Enemigos declarados del Orden establecido, son perseguidos con saña por todo el planeta, por lo que han tenido que adoptar métodos de organización y actuación similares a los empleados por los grupos de la Resistencia durante la II Guerra Mundial. Saben que la explotación desmedida de los recursos naturales es la culpable de la miseria y la pobreza que se extiende por la Tierra, y que ese expolio irracional de las riquezas del mundo llevará aparejado el fin de la humanidad. Los consistas no aspiran sólo a destruir el Sistema, si no también a concienciar a la gente acerca de la necesidad de tomar medidas drásticas para asegurar la supervivencia de la vida sobre la Tierra. Medidas que deben concretarse en la limitación del crecimiento de la población, la puesta en marcha de programas de reforestación y recuperación de los suelos, y la descentralización de los núcleos urbanos. Y sobre todo, en acabar de una vez con la producción de artefactos de consumo, inútiles y por tanto innecesarios, para los que no existe demanda natural y en cuya fabricación se malgastan ingentes cantidades de valiosísimas materias primas.
 
Los consistas de nuestro presente son los miembros de los grupos y asociaciones ecologistas, igualmente despreciados por los poderes instituidos, que luchan contra las empresas, gobiernos y particulares que atentan contra el medio ambiente sólo para satisfacer sus infinitas ansias de riqueza. También en este aspecto la novela de Kornbluth y Pohl ha resultado premonitoria. Las presiones, cuando no persecuciones en toda regla, a las que se ven sometidos estos movimientos por parte de multinacionales y gobiernos indignos, ha impulsado a algunos ecologistas a radicalizar sus posturas, dando lugar a lo que se ha dado en llamar ecoterrorismo, y que tanto se asemeja a la línea de actuación de los consistas de MERCADERES DEL ESPACIO.
 
Desde 1954 y hasta nuestros días, la civilización occidental no ha hecho otra cosa más que aproximarse al modelo de sociedad descrito por estos dos genios de la literatura de ciencia-ficción. Hasta el más insignificante aspecto de la vida humana acabará por mercantilizarse. Gobiernos y empresas nos ven no como individuos dotados de libre albedrío, si no como simples consumidores. Una línea en un gráfico; una cifra en una estadística de ventas. Hasta los programas de los partidos políticos en tiempo de elecciones se venden como un producto más, surgido de una cadena de montaje. Los gurus del marketing continúan diseñando estrategias, para convencernos de que el camino de la felicidad pasa por los grandes almacenes y los centros comerciales. Estamos cada vez más aborregados, y seguimos comulgando con las ruedas de molino que nos administran los Señores del Comercio y sus adláteres de los gobiernos. Gozamos del nivel de riqueza material más alto de nuestra historia, pero nuestra calidad de vida se degrada a marchas forzadas. Bosques, selvas y océanos son esquilmados sin misericordia para seguir alimentando industrias obsoletas, cuando no completamente innecesarias. La población aumenta sin freno, las ciudades crecen más de lo razonable y se urbanizan sin control amplias zonas naturales, muchas de ellas vitales para el sostenimiento del equilibrio ecológico. La contaminación se dispara y las reservas de agua potable disminuyen. Pero nos preocupa más ganar el suficiente dinero para comprarnos el último Home Cinema salido al mercado, que los vertidos tóxicos en un río o laguna; adquirir el último CD de Joaquín Sabina, que la desaparición diaria de una superficie de selva tropical equivalente a cinco campos de fútbol; poder salir de vacaciones en Semana Santa, que la destrucción de los más bellos parajes costeros, arruinados por un urbanismo tan insensato como criminal; cambiar de coche cada dos años, que la densa capa de gases tóxicos que nos envuelve, y que acabará por envenenarnos a todos.
 
El apocalíptico futuro soñado por Korbluth y Pohl ya casi está aquí. La estratificación de la sociedad en Productores, Ejecutivos y Consumidores ya ha comenzado. Las grandes corporaciones, los truts, cada día tienen más peso y ejercen una influencia mayor sobre los gobiernos. Nos encaminamos hacia la globalización; o sea, hasta el totalitarismo mercantilista. Estos dos escritores preconizaron, hace cincuenta y cinco años, el derrotero que podría tomar la humanidad si las tesis del capitalismo más reaccionario prevalecían, acabando por imponerse al sentido común y la razón. Al igual que FARENHEIT 451, del maestro Bradbury, MERCADERES DEL ESPACIO es mucho más que una novela de ciencia-ficción. Todo el mundo debería leer esta obra, especialmente los más jóvenes. Así, tal vez, recapacitaríamos un poco, y nos cuestionaríamos, si acaso durante unos minutos, los principios en los que se asienta esta desquiciada sociedad nuestra.
 


Título original: The Space Merchants
Autores: Frederik Pohl y C. M. Kornbluth
Año de publicación: 1954
Editorial: Minotauro
Traducción: Luis Doménech
Edición: 1988

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