Hace unos meses me decidí a releer
La Saga de los Aznar, la obra cumbre de la ciencia-ficción española. Sin prisa pero sin pausa me sumergí en su lectura, que concluyó el 15 de agosto con
EL REFUGIO DE LOS DIOSES. Treinta y tres años después de que cayera en mis manos
VENIMOS A DESTRUIR EL MUNDO, primera novela de la serie que leí, me di el gran placer de leer, por riguroso orden de aparición, todos y cada uno de los títulos que componen el fabuloso fresco futurista surgido de la fecunda mente de don
Pascual Enguídanos Usach, George H White. Bien, a decir verdad, he leído la colección completa tal y como fue publicada en los años setenta, con las correcciones y reescrituras efectuadas por el autor en aquella época. Como consecuencia de esto, me he perdido
DOS MUNDOS FRENTE A FRENTE, novela que fue eliminada en la edición de 1974. En cuanto a
LA CIUDAD CONGELADA, si bien fue igualmente suprimida en la reimpresión citada, me fue posible conseguir un vetusto ejemplar, totalmente destrozado pero con todas las páginas completas, que hube de escanear para poder conservarlo. Posteriormente, un familiar consiguió, no sé dónde, una auténtica reliquia: una primera edición de
DOS MUNDOS FRENTE A FRENTE; por desgracia, la novela está en pésimo estado de conservación, le faltan más de veinte páginas, la cubierta está muy dañada y el texto casi borrado. Una pena.
Para quien no la conozca, leer La Saga por vez primera debe de resultar, sin duda, una experiencia única y excitante. Como aznarista de pro, reencontrarme con la dinastía de los Aznar y sus fabulosas aventuras representó para mi un regreso a los orígenes de mi pasión por la ciencia-ficción. La Saga fue una parte importantísima de mis primeras lecturas, e influyó indudablemente en mi formación como aficionado al género más fascinante que jamás haya existido. La increíble epopeya sideral del inimitable Enguídanos me maravilló cuando la leí por vez primera, y más de tres décadas después me ha producido el mismo efecto. Evidentemente, ya no soy aquel muchachuelo que devoraba los bolsilibros de Bruguera, que se quedaba pegado ante el televisor cuando emitían Espacio 1999, que vio tres veces seguidas STAR WARS y que se inició en la ciencia-ficción de más enjundia de la mano del maestro indiscutible del género, Isaac Asimov. A lo largo de estos treinta años y pico he devorado literalmente cuanta ciencia-ficción escrita ha caído en mis manos, y he visto numerosas películas y series del género, y ello me ha enriquecido como aficionado y como persona. Mi biblioteca ha crecido a un ritmo lento pero imparable durante los últimos años, y otro tanto puede decirse de mi filmoteca. Lector omnívoro, todas las vertientes del género me atraen, unas más que otras, como es lógico; pero nunca he dejado pasar la ocasión de enriquecer mi fondo con alguna otra obra, por poco prometedora que pareciese. Las obras de los grandes de la ciencia-ficción mundial comparten espacio con las de otros autores quizá menos reconocidos, pero también estimables. Sin embargo, el puesto de honor de mi biblioteca lo ocupan los libros de George H White, el único autor español que fue capaz de crear una Saga galáctica que nada tiene que envidiar a las pergeñadas por los excelentes pero en ocasiones sobrevalorados autores anglosajones.
Y es que, a pesar de que buena parte de ella fue escrita hace más de medio siglo, La Saga de los Aznar, en contra de la opinión de muchos críticos, ha envejecido admirablemente bien. Tal como yo lo veo, esto se debe, sobre todo, a la innata habilidad de Enguídanos para superarse a sí mismo y asombrar al lector incluyendo algo nuevo y sorprendente en cada nuevo relato. Hablar de eso que ha dado en definirse como el sentido de la maravilla y de La Saga de los Aznar es hablar de la misma cosa, porque ningún otro autor, ni español ni extranjero, ha logrado maravillar a sus lectores tanto como Enguídanos. La cosa tiene mucho más mérito si se considera que esta impresionante novela-río surgió en un país tan atrasado como era la España de los años cincuenta, una nación que arrastraba todavía las secuelas de una guerra fratricida, donde aún había cartillas de racionamiento, con una elevada tasa de analfabetismo y una falta absoluta de libertades civiles. En un país así, en el que no se invertía nada en investigación y desarrollo, en el que la ciencia y la tecnología estaban en mantillas, casi ignoradas por los poderes públicos, y en el que la ciencia-ficción era un género marginal, apto, según algunas autorizadas opiniones, sólo para jovenzuelos de mente calenturienta, un escritor valenciano alumbró una odisea futurista novelada que acabaría por convertirse no sólo en el referente obligado para los futuros autores españoles, sino también en la más importante serie de novelas de ciencia-ficción de la literatura europea.
He de confesar que cuando comencé a releerlas, pensé que lo más probable sería que las novelas del bueno de don Pascual ya no me impresionaran. Después de todo, cuando leí las primeras era sólo un alevín de aficionado a la ciencia-ficción, un crío que estaba descubriendo las maravillas de un género sin igual, un chaval sin un bagaje cienciaficcionero previo que le permitiera valorar en su justa medida lo que estaba leyendo. Ahora, en plena madurez, con todo lo que he leído y visto del género, puede que La Saga me deje indiferente, me dije. Estaba totalmente equivocado. Conforme avanzaba en la lectura, fui redescubriendo el impresionante cuadro futurista trazado por la pluma de George H White, y sin darme cuenta me encontré devorando las novelas una tras otra, casi sin solución de continuidad. Mi amplio conocimiento del género, del que carecía en mi primer contacto con esta obra inmortal, me permitía ahora apreciar en las narraciones de Enguídanos detalles y matices que treinta años atrás había pasado por alto. Fue casi como si estuviese leyendo esas obras por vez primera, tal fue la impresión que me causaron. Tengo muy buena memoria, y las cosas más importantes las recordaba con bastante claridad; pero aún así las descripciones del autoplaneta Valera, la astronave más fabulosa de la historia de la ciencia-ficción, me dejaron de nuevo boquiabierto, pues en ninguna obra de ningún otro autor aparece un vehículo sideral tan extraordinario. Otro tanto puedo decir de Redención y Solima, los curiosos y sorprendentes mundos huecos, de Atolón, el alucinante mundo artificial de los bartpures, o de esa convincente esfera de Dyson que es el Hiperplaneta. Por no hablar de las devastadoras armas, los impresionantes navíos cósmicos, las grandiosas batallas siderales, la increíble tecnología descrita —que alcanzaría el cenit con la máquina Karendón y sus múltiples variantes— y las razas alienígenas que pueblan este vasto universo ideado por el novelista de Liria. Todo ello, y mucho más, contribuye a dotar a La Saga de un atractivo irresistible para cualquier buen aficionado al género.
Con todo, lo mejor de
Enguídanos fue, a mi juicio, la seriedad y compromiso que demostró siempre con sus lectores. Cuando la editorial decidió reeditar
La Saga de los Aznar, allá por los años setenta, don
Pascual insistió en someter el conjunto de la obra a una profunda revisión y reescritura, a fin de corregir algunas inexactitudes científicas que había cometido al redactar las novelas en los años cincuenta. Otro autor se habría conformado, como hizo
Asimov con la reedición de sus novelas juveniles de la serie
Lucky Starr, con incluir las correcciones en forma de notas al pie o anexos marginales.
Enguídanos insistió en revisar las novelas en profundidad, llegando a reescribir capítulos enteros de muchas de ellas, e incluso a redactar de nuevo
LA CONQUISTA DE UN IMPERIO. En los años setenta no había procesadores de texto, sólo las máquinas de escribir de toda la vida, de forma que no resulta difícil imaginarse el laborioso trabajo que esto representó para nuestro admirado autor, que en aquellos años tenía que compaginar su labor literaria con su trabajo como funcionario del Estado.
Terminado el proceso de revisión de las obras clásicas de
La Saga, White la continúo con una serie de nuevos títulos que la enriquecieron notablemente. Los fans dividimos
La Saga en dos partes bien diferenciadas: la clásica, que abarca desde
LOS HOMBRES DE VENUS hasta
LUCHA A MUERTE, y la continuación, iniciada con
UNIVERSO REMOTO y concluida con la ya citada
EL REFUGIO DE LOS DIOSES. Aunque todos admiramos la obra en su conjunto, lo cierto es que cada
saguero tiene sus gustos, y mientras unos manifiestan su preferencia por la primera parte de la misma, en la que predominan las acciones bélicas, otros nos decantamos por la segunda, para la que
Enguídanos escribiría, a juicio de este modesto aficionado, algunas de sus mejores novelas. Si tuviese que elegir un título en concreto me vería en un buen apuro, pues todos y cada uno de ellos son excelentes. No obstante, hay dos que son muy especiales para mi:
VENIMOS A DESTRUIR EL MUNDO, por ser la primera obra de la serie que cayó en mis manos y con la que me introduje en la siempre asombrosa ciencia-ficción
enguidosiana; y, sobre todo,
EL ÁNGEL DE LA MUERTE, para mi la mejor novela de
La Saga, en la que no hay ni una escena de acción y, sin embargo, el interés no decae en ningún momento, lo que demuestra que
Enguídanos no necesitaba recurrir a colosales batallas espaciales ni heroicas operaciones de comando para atrapar al lector y conseguir que se leyera la novela de un tirón. Como siempre me he sentido atraído por la ciencia-ficción de tema robótico, otra razón por la que el título mencionado me impactó profundamente fue por la inclusión del personaje de
Izrail, un androide femenino que merece figurar por derecho propio entre los seres mecánicos más fabulosos de la ciencia-ficción, no en vano es uno de los robots más extraordinarios jamás descrito por autor alguno.
Resulta evidente que una obra tan extensa también tiene sus fallos, sus pifias, sus pequeñas incongruencias y, ¿por qué no reconocerlo? también sus disparates. Pero en conjunto, La Saga de los Aznar sigue conservando, a pesar de todo, la misma magia que subyugó a los jóvenes lectores de los años cincuenta y sesenta, muchos de los cuales se iniciaron en la ciencia-ficción con esta obra imperecedera. A aquellos que ya la conocen, les aconsejo que se la relean. A las nuevas generaciones de aficionados a la ciencia-ficción, les recomiendo muy encarecidamente la lectura de este clásico inmortal del género en lengua castellana, una demoledora Saga espacial capaz de dejar en ridículo a la mismísima STAR WARS. Porque, vamos… ¿Os imagináis un enfrentamiento entre la patética Estrella de la Muerte gringa y nuestro Valera? Sencillamente, no habría color.