POR ANTONIO QUINTANA CARRANDI
Una de las facetas menos conocidas y valoradas de Lou Carrigan es la de autor de novelas románticas. El nombre del novelista barcelonés se asocia de inmediato con el misterio, el suspense y la acción. Pero también escribió un puñado de excelentes historias de amor, aunque no se prodigó demasiado en este género, seguramente porque los editores y su gusto personal le mantuvieron, durante la mayor parte de su carrera, en la senda de la literatura de aventuras.
Siendo como soy un fanático admirador de Carrigan, tenía gran interés en conocer su obra romántica. Recientemente, y gracias a la gentileza del propio autor, he podido disfrutar de la lectura de algunos de sus títulos de este género, publicados a principios de la década de los ochenta bajo el seudónimo de Angelo Antonioni. Y debo admitir que quedé gratamente sorprendido. Soy un enamorado de la injustamente infravalorada literatura bolsilibresca, y a lo largo de los años he devorado con fruición centenares de obras de todas las temáticas, incluida, claro está, la denominada “novela rosa”. He leído a María Teresa Sesé, Corín Tellado, Carlos de Santander, Rosa Alcázar, Marisa Villardefrancos, May Carré, Sergio Duval y muchos otros autores. Incluso me atreví con un buen montón de romances de los que publicaba Harlequín, esa especie de multinacional de la novela de amor. Y puedo asegurarles honestamente que Lou Carrigan los supera a todos con creces.
Las novelas que he tenido la suerte y el placer de degustar fueron escritas en los años ochenta, como ya he dicho. Por aquel entonces, la ominosa y estúpida censura había pasado a la historia y corrían aires de permisividad inimaginables seis o siete años antes. Carrigan, que no publicaba novelas de amor nada menos que desde 1965, fue requerido por ECSA (Ediciones Ceres, S. A, filial de Bruguera) para que colaborase en la nueva colección romántica Arcadia. Esta serie fue una sugestiva apuesta de Bruguera en un momento muy difícil de su historia, y tengo para mí que, con ella, la editorial barcelonesa pretendía competir con las por entonces cada vez más populares novelas de las series Bianca, Jazmín y otras de la ya citada Harlequín. Sea como fuere, lo cierto es que Arcadia era una buena colección. Su formato era de 17´8 x 10´8 cm (mayor que el de los bolsilibros tradicionales), tenía una extensión estándar de 128 páginas y una buena presentación. Puesto que de ella sólo he leído obras de Carrigan, no me es posible valorar la serie en su conjunto. Pero si el resto de los autores que escribieron para Arcadia eran la mitad de buenos que el Maestro catalán, puedo arriesgarme a afirmar que la calidad de sus textos fue, probablemente, muy superior a la media habitual en este tipo de publicaciones.
El Maestro Carrigan aportó once títulos a la colección Arcadia, antes de que ésta desapareciese víctima del naufragio de Bruguera. Aunque es de suponer que el tono general de la serie no se distinguiría demasiado del de otras colecciones románticas de su tiempo, es obligado reconocer que las obras de Carrigan no se ajustaban estrictamente a los estereotipos de la “novela rosa” tradicional. La ausencia de censura permitió a Lou dar rienda suelta a su creatividad, pergeñando unos argumentos realistas, sólidos y muy creíbles. La sensiblería barata y lo empalagoso no casaban bien con el espíritu abierto y natural del novelista, que optó por escribir unos relatos sobrios y poco o nada “rosas”. Sus novelas semejaban haber sido escritas pensando en una nueva generación de lectoras y lectores, de educación más liberal e ideas más abiertas. Eran historias de amor, sí; pero aligeradas de la pacata y execrable moralina nacionalcatólica que tan pesadamente había lastrado al género romántico durante los cuarenta años anteriores. En las novelas de amor de Tellado y otros autores se omitía cualquier referencia a cosas tan normales como el deseo y el sexo, reemplazándolas por absurdas metáforas relacionadas con la “dicha” y otras majaderías por el estilo. Durante la dictadura de 1939-1975, la “novela rosa” tenía que presentar romances cuanto más castos mejor, con “heroínas” de una pieza, capaces de resistir estoicamente los embates del galán de turno, sin permitirle apenas un fugaz beso sin pasar antes por la vicaría. Pero en los primeros años 80 este esquema ya no servía. La sociedad española había evolucionado bastante, las mujeres comenzaban a independizarse y los lectores de este tipo de novelas, principalmente féminas, empezaban a demandar obras con argumentos más realistas y situaciones más creíbles, más auténticas. Y si hubo un autor que consiguió satisfacer tal demanda, fue Lou Carrigan. O Angelo Antonioni, que tanto da.
Para Arcadia Carrigan escribió un puñado de historias cargadas de sentimiento y romanticismo, en las que, sin embargo, y como ya he dicho, brillaban por su ausencia los detalles sensibleros. Los protagonistas de esas novelas eran hombres y mujeres de carne y hueso, con emociones, inquietudes, dudas y temores similares a los de cualquier persona real. Lou es un experto en crear caracteres femeninos, y en sus novelas románticas éstos alcanzan una profundidad psicológica impresionante. Las mujeres descritas por Carrigan en estos relatos nada tienen que ver con las ñoñas muchachas de antaño, que soñaban con un caballero de brillante armadura, un “príncipe azul”, y estaban dispuestas a defender como fuera su “virtud” del acoso de los “pérfidos” hombres, que “siempre van a lo mismo”. Nada de eso. Son mujeres modernas, liberadas, que viven el sentimiento amoroso y el sexo sin traumas morales de ninguna clase. No son promiscuas, pero expresan sus anhelos y deseos tan abiertamente como los hombres. Aunque deseen con toda su alma retener al hombre amado junto a ellas, no están obsesionadas con el matrimonio ni con los formulismos sociales. Para ellas el matrimonio, si llega, será resultado del amor y no un objetivo a perseguir, como sí lo era para las protagonistas de la prolífica y famosísima, aunque bastante cargante, Corín Tellado. Su actitud ante la relación de pareja es franca y liberal, que no libertina. Aceptan el sexo como una parte importante de las relaciones amorosas, como una consecuencia sana, natural y normal de ese sentimiento, y como tal lo viven. Son fuertes y frágiles a un tiempo, pero, por encima de todo, son maravillosamente femeninas. En cuanto a los personajes masculinos, son, como en todas las obras de Lou, tipos de una pieza; hombres con mayúsculas, que pueden ser más o menos atractivos o simpáticos, pero que siempre hacen gala de una hombría de bien y una honestidad a toda prueba.
Los argumentos de las novelas que Carrigan escribió para Arcadia son de una conmovedora sencillez, lo que contribuye a dotar a sus obras de un realismo insólito en este tipo de literatura. Lou huye como de la peste de los artificiosos estereotipos de antaño y crea, con notable habilidad, unas tramas interesantes e intrigantes a un tiempo, sin caer nunca en lo rocambolesco. Evita en todo momento los pasajes acaramelados, tan del gusto de otros autores, y centra su atención en la personalidad de los protagonistas y en sus sentimientos, que nos transmite en toda su profundidad, con todos sus matices. Rehúye, así mismo, la descripción detallista y pormenorizada de las relaciones íntimas de sus personajes, optando por la sugerencia, por la elipsis narrativa, a la hora de presentar determinadas situaciones. Dicho de otro modo: sus novelas de amor tienen una considerable carga erótica, porque aborda las relaciones sexuales de sus protagonistas con espíritu abierto y liberal; pero no hay lugar en ellas para escenas de sexo explícito.
Las novelas de amor representan apenas una ínfima parte de la extensa producción literaria del Maestro Lou Carrigan. La primera de ellas la escribió por gusto propio, no por requerimiento de los editores de Rollán, que se avinieron a publicársela por ser él quien era. A este primer título romántico seguirían otros tres más, publicados igualmente por Rollán. Después vendría un largo paréntesis de diecisiete años, durante los cuales Lou centraría su producción en los géneros de aventuras: Oeste, policiaco, espionaje, bélico, terror… En 1982 volvería al género romántico, de la mano de ECSA y la colección Arcadia. Posteriormente, escribiría algunas obras más de esta temática para ciertos editores de Madrid que, por las razones que fuesen, acabaron por publicarle sólo una de ellas, la titulada Las princesas del amor. En este punto terminó, imagino que por voluntad propia, la corta pero notable carrera de Lou Carrigan como autor de historias de amor. Pero quien desee conocer mejor esta faceta profesional suya, puede hacerlo en su weblog, donde el Maestro ha colgado algunos de sus espléndidos romances.
Lou Carrigan, Antonio Vera Ramírez, es el rey indiscutible de la literatura de evasión en lengua castellana. Siempre asociaremos su nombre con la acción, la emoción, el suspense, la intriga… Pero con sus notabilísimas novelas de amor demostró que, además, dominaba a la perfección los resortes del romanticismo. Un motivo más para admirar la vida y la obra del Maestro catalán, el mejor autor de bolsilibros de la historia.
RELACIÓN DE TÍTULOS ROMÁNTICOS DE LOU CARRIGAN
Seguidamente, se ofrece un listado de las novelas de amor escritas por el Maestro Carrigan.
En Editorial Rollán
Siempre así… -- 16-10-1961
Dulce juventud --11-3-1963
Luz de estrellas -- 1-10-1964
El amor es algo… espantoso -- 13-3-1965
En ECSA (Colección Arcadia)
Amar siempre -- 24-5-1982
Sueños de amor
En los labios de mi amada
Fidelidad conyugal
Obsesión de amor
Alguien a quien amar
Sonatina de amor
Amor inesperado
Secretos de secretaria
Segundas nupcias
Amor para siempre perdido -- 25-6-1984
En una editorial madrileña
Las princesas del amor
No publicadas en formato papel
Corazón de piedra
Visitas íntimas
Pasiones de lujo
Escucha mi corazón
Mi amante en Venecia
Ven todas las noches
Top Model -- 18-12-1992 (última obra de amor que escribió).
Antonio Quintana Carrandi
Julio de 2012
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