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sábado, 14 de abril de 2012

¿QUIÉN COMPRA UN PLANETA?



POR ANTONIO QUINTANA CARRANDI


Aparecida en diciembre de 1981, ¿QUIÉN COMPRA UN PLANETA? forma parte de un lote de bolsilibros que me regalaron en las Navidades del año citado. Eran en total cincuenta novelas, completamente nuevas, de varios géneros, aunque predominaba la ciencia-ficción. Pocas veces he recibido un regalo con tanta ilusión. De vez en cuando, adquiría algunas novelas en los kioscos, pero normalmente recurría al cambio en la tienda de mi amiga Chefi. Recibir un lote de medio centenar de novelas de a duro (en realidad, de a nueve duros en aquella época) fue algo fabuloso. Y ésta fue la primera que me leí.

Nuestra historia comienza cuando una hermosa muchacha, Paula Mardon, acude a la oficina de Aquiles Richardson Potter, Agente de Ventas que, según presume, está legalmente autorizado para comprar o vender cualquier cosa. Cualquier cosa legal, se entiende. Potter está acostumbrado a tratar con todo tipo de gente, y a comerciar con toda clase de cosas, desde las más corrientes a las más extrañas. Pero la pretensión de la muchacha le deja boquiabierto. Paula dice ser la propietaria legítima nada más y nada menos que de un planeta, Mardonia, bautizado así por su descubridor, su tatarabuelo John Philip Mardon. El antepasado de la chica, una vez hubo comprobado que en el planeta no existían seres inteligentes, registró Mardonia a su nombre. Se trata de un mundo tipo Tierra, con gravedad similar, atmósfera respirable, agua dulce y salada en cantidades suficientes… Está situado, según la joven, en el Octavo Sistema de Altair, a 920 años luz de la Tierra. La chica pide 200 millones de UGM (Unidades Galácticas de Moneda), popularmente conocidas como Ugams. Tras la sorpresa inicial, Potter accede a gestionar la operación de venta a cambio de una suculenta comisión del dos por ciento.

Nuestro héroe se las promete muy felices, ya que si logra vender Mardonia, aunque sea por sólo 170 millones, se llevará una comisión de 3.400.000 Ugams, suma que puede resolverle la vida para siempre. Pero esa misma noche, Paula le llama por videófono para comunicarle que ya ha vendido el planeta por su cuenta. A fin de resarcirle por las molestias, la muchacha le paga 5.000 Ugams, tras o cual se despide.

Un año después, Potter se tropieza en la calle con una vagabunda que parece haber empinado el codo en demasía. Pero pronto se da cuenta de que la chica no está borracha y decide echarle una mano. La joven resulta ser Paula Mardon. El médico amigo de Potter que la atiende dice a éste que la muchacha padece anemia, y no sólo eso, sino que está bajo los efectos de una droga llamada U V o Ultraveritas, conocida como la droga de la superverdad. Una sustancia bajo cuyos efectos una persona no sólo responde la verdad absoluta a todo cuanto se le pregunte, sino que, además, actúa como un hipnótico, obligando a la persona a obedecer cualquier orden que se le de, por disparatada que ésta sea. Una vez recuperada, Paula relata a Potter su odisea. Un año atrás, cuando volvió a su hotel tras su entrevista con Potter, un grupo de forajidos la estaban esperando y le inyectaron la droga. Bajo sus efectos, la muchacha firmó cuantos documentos le pusieron por delante y así perdió la propiedad de su planeta.

Potter decide ayudar a la muchacha y se pone de inmediato a la tarea, iniciando sus investigaciones. El cabecilla de los forajidos que robaron a Paula es un viejo conocido suyo, con el que tiene alguna cuenta pendiente. Con el fin de demostrar que la chica ha sido víctima de un expolio, el Agente de Ventas parte hacia Mardonia acompañado por la legítima dueña de ese mundo. Pero nada más aterrizar, su astronave es atacada con misiles, logrando salvarse ellos por muy poco. Solos, con lo puesto, sin vehículos de ningún tipo y con un rifle de pólvora por toda arma, Potter y Paula se disponen a enfrentarse a sus enemigos. Pero, para su sorpresa, descubrirán que Mardonia no está deshabitada, como habían creído. Y a Paula le aguarda una sorpresa aún mayor: su tatarabuelo, el descubridor de Mardonia, que debería estar muerto desde al menos un siglo antes, está vivito y coleando y en muy buenas relaciones con los mardonitas.

¿QUIÉN COMPRA UN PLANETA?, como todas las novelas de Lecha, es un ejercicio de imaginación, aventura y buen humor. Lecha desbordaba fantasía en cada uno de sus relatos de ciencia-ficción, y éste no es una excepción. Aparte de lo chocante que resulta que alguien, aunque sea en el siglo XXX, figure como propietario de un planeta, tenemos otras muestras de la desbordante imaginación del novelista riojano. Así, por ejemplo, nos presenta a un asesino a sueldo que utiliza un Fusil Hiperespacial, con el que, en teoría, se puede matar a una persona a miles de kilómetros de distancia. Y luego está la Psicom, o comida psicológica, una hierba, originaria de Mardonio, que tiene la curiosa propiedad de adquirir el sabor que desee quien la consume. Para ello basta con masticarla lentamente y pensar con intensidad en algún plato que nos guste mucho, por ejemplo, el pollo al ajillo, e inmediatamente el sabor inundará nuestra boca. La Psicom, a pesar de todo, tiene peligrosos efectos secundarios, que pueden llegar a producir la muerte. Por suerte para nuestro protagonista, a él no le van las majaderías en lo que al comer se refiere, y no duda en dejar plantada a una conquista femenina cuando ésta se empeña en hacerle probar la pajolera hierba. No obstante, nuestros protagonistas descubrirán que en Mardonia la Psicom no sólo no es perjudicial para la salud, sino que contribuye a alargar considerablemente la existencia humana, lo que explica que el tatarabuelo de Paula continúe en el mundo de los vivos. También son muy interesantes los mardonitas, unos humanoides más pequeños que los pigmeos de la Tierra, que viven en perfecta armonía con la naturaleza.

Y esto es, a grandes rasgos, ¿QUIÉN COMPRA UN PLANETA?, otra de las entretenidísimas novelas de ciencia-ficción con que nos deleitó Luís García Lecha. Diversión intrascendente y quizás un tanto ingenua, si se quiere, pero mucho mejor que contemplar las estupideces para iletrados que dan por televisión. ¿No os parece?

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