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domingo, 29 de abril de 2012

RESULTADOS ENCUESTA CUMPLEAÑERA 2012




Estimados amigos de Bolsi & Pulp, ha finalizado nuestra encuesta cumpleañera, donde habíamos seleccionado tres formidables bolsilibros, para que eligieran su favorito y así publicar en el blog la novela ganadora para celebrar los 5 años que cumplirá nuestro amado sitio.

Los resultados fueron los siguientes:


TERCER LUGAR CON 6 VOTOS
HOMBRE O ROBOT
DE GLENN PARRISH


SEGUNDO LUGAR CON 11 VOTOS
EL CLAN DE LA CALAVERA
DE JOSEPH BERNA


PRIMER LUGAR CON 16 VOTOS
EL VALLE QUE QUEDÓ EN EL OLVIDO
DE LOU CARRIGAN

Por lo tanto, la novela ganadora con la cual celebraremos los 5 años de vida de Bolsi & Pulp es EL VALLE QUE QUEDÓ EN EL OLVIDO de LOU CARRIGAN, dicha novela será nuestro regalo de cumpleaños y la publicaremos el 1 de mayo.

¡Un abrazo a todos y saludos bolsilibrescos!

Atte: ODISEO... Legendario Guerrero Arcano.

martes, 24 de abril de 2012

RELATOS DEL DOCTOR BLOOD-6


Seguimos revisando en Bolsi & Pulp los mejores cuentos del siniestro Doctor Blodd, con dos nuevos relatos de los podcast del terror. Si no conocen al Doctor Blood, pueden hacerlo pinchando acá.

Para quienes no conocen los podcast del terror, les diré que son cuentos en audio, para la gente que quiera escuchar sus cuentos, pueda hacerlo disfrutando de su dulce y tierna voz.

En esta ocasión les presentamos los cuentos titulados MÚSICA y OLVIDÉ VIVIR, que corresponden a los números 19 y 20 respectivamente.

Más información del Doctor Blood, viendo su blog pinchando acá.

¡Disfruten de los cuentos!


SINOPSIS MÚSICA. Relato número 19:

Qué difícil es interpretar aquello que nunca nos han enseñado, si no somos capaces de escuchar con el corazón. Con ustedes, Música.




SINOPSIS OLVIDÉ VIVIR. Relato número 20:

¿Qué pasaría si en el peor momento de tu existencia descubrieras que erraste el camino? Con ustedes, Olvidé vivir. Un podcast directo a la vena.

jueves, 19 de abril de 2012

RECAPITULACIÓN Y COMPILACIÓN PORTADAS- 5: MORTIMER CODY



A la sección RECAPITULACIÓN Y COMPILACIÓN PORTADAS ha llegado el hermano del maestro LOU CARRIGAN, el señor MORTIMER CODY.

Su verdadero nombre es Francisco Vera Ramírez, y jamás alardeó de ser hermano del maestro Carrigan, pues él logró brillar con luces propias dejando en claro que podía ser un escritor de un alto nivel, sin tener que recurrir a la fama de su hermano mayor, quién había estado publicando novelas con un notable éxito ya hacía un par de años antes.

El seudónimo de MORTIMER CODY fue conocido en toda España durante los años sesenta, sobre todo por sus excelentes novelas de Western, lo que le llevó a ser uno de los pocos escritores seleccionados en publicar en la prestigiosa colección WESTERN CLUB de editorial Rollán, donde las novelas fueron publicadas de una forma que rompía el esquema clásico de un bolsilibro y que en aquellos tiempos fue una gran novedad y todo un alarde editorial, pues superaban al bolsilibro con volúmenes de fluctuaban entre las 192 a 260 páginas, con formato 13,5 x 19 centímetros, mejor papel, y, por supuesto, un precio considerablemente más alto.

MORTIMER CODY estuvo varios años escribiendo a la par que su hermano y siempre con gran calidad, siendo considerado un autor de primerísima línea, hasta que optó por dedicarse a otras actividades.

¡Vámonos con las portadas de sus novelas, que es lo que todos esperan!


RECAPITULACIÓN: Durante toda la vida de Bolsi & Pulp (año 2007 a la fecha) se han publicado en el blog un total de once portadas con novelas de MORTIMER CODY.

Estos son los títulos en orden de aparición:

01- LA CANCIÓN DEL RETORNO
02- ASESINOS MUTANTES
03- ENTRE DOCE CUERDAS
04- MUERTE A PLAZO FIJO
05- A LEI POR UM DÓLAR (LA LEY POR UN DÓLAR)
06- ¡SEGUID ADELANTE, SUICIDAS!
07- DEBAJO DEL CEMENTERIO
08- MÚSICA DE ORGANILLO
09- LOS CRÍMINES DE LA NOVIA
10- MAL DE LUNA
11- ¿POR QUÉ NO HABLAS?


Imágenes portadas:














COMPILACIÓN: Como ya es costumbre en esta sección, les entregamos una selección consistente en un docena extra de portadas del señor CODY, para que las disfruten. ¡Cortesía de Bolsi & Pulp!

Estos son los títulos en orden de aparición:


01- SILENCIO PARA UN MUERTO
02- MUERTE EN BLANCO Y ROJO
03- MUERE EN PAZ, SOMBRA
04- ¡TU OPORTUNIDAD, FRACASADO!
05- LOS OJOS DE CHARLOTTE
06- HE VISTO AL ASESINO
07- VENID A MI JARDÍN
08- LAS CONJURADAS
09- CINCO BALAZOS CERTEROS
10- DEMASIADO PELIGROSO
11- ESE PISTOLERO ES MALCOM JUDD
12- PASOS HACIA LA MUERTE


Imágenes portadas:












sábado, 14 de abril de 2012

¿QUIÉN COMPRA UN PLANETA?



POR ANTONIO QUINTANA CARRANDI


Aparecida en diciembre de 1981, ¿QUIÉN COMPRA UN PLANETA? forma parte de un lote de bolsilibros que me regalaron en las Navidades del año citado. Eran en total cincuenta novelas, completamente nuevas, de varios géneros, aunque predominaba la ciencia-ficción. Pocas veces he recibido un regalo con tanta ilusión. De vez en cuando, adquiría algunas novelas en los kioscos, pero normalmente recurría al cambio en la tienda de mi amiga Chefi. Recibir un lote de medio centenar de novelas de a duro (en realidad, de a nueve duros en aquella época) fue algo fabuloso. Y ésta fue la primera que me leí.

Nuestra historia comienza cuando una hermosa muchacha, Paula Mardon, acude a la oficina de Aquiles Richardson Potter, Agente de Ventas que, según presume, está legalmente autorizado para comprar o vender cualquier cosa. Cualquier cosa legal, se entiende. Potter está acostumbrado a tratar con todo tipo de gente, y a comerciar con toda clase de cosas, desde las más corrientes a las más extrañas. Pero la pretensión de la muchacha le deja boquiabierto. Paula dice ser la propietaria legítima nada más y nada menos que de un planeta, Mardonia, bautizado así por su descubridor, su tatarabuelo John Philip Mardon. El antepasado de la chica, una vez hubo comprobado que en el planeta no existían seres inteligentes, registró Mardonia a su nombre. Se trata de un mundo tipo Tierra, con gravedad similar, atmósfera respirable, agua dulce y salada en cantidades suficientes… Está situado, según la joven, en el Octavo Sistema de Altair, a 920 años luz de la Tierra. La chica pide 200 millones de UGM (Unidades Galácticas de Moneda), popularmente conocidas como Ugams. Tras la sorpresa inicial, Potter accede a gestionar la operación de venta a cambio de una suculenta comisión del dos por ciento.

Nuestro héroe se las promete muy felices, ya que si logra vender Mardonia, aunque sea por sólo 170 millones, se llevará una comisión de 3.400.000 Ugams, suma que puede resolverle la vida para siempre. Pero esa misma noche, Paula le llama por videófono para comunicarle que ya ha vendido el planeta por su cuenta. A fin de resarcirle por las molestias, la muchacha le paga 5.000 Ugams, tras o cual se despide.

Un año después, Potter se tropieza en la calle con una vagabunda que parece haber empinado el codo en demasía. Pero pronto se da cuenta de que la chica no está borracha y decide echarle una mano. La joven resulta ser Paula Mardon. El médico amigo de Potter que la atiende dice a éste que la muchacha padece anemia, y no sólo eso, sino que está bajo los efectos de una droga llamada U V o Ultraveritas, conocida como la droga de la superverdad. Una sustancia bajo cuyos efectos una persona no sólo responde la verdad absoluta a todo cuanto se le pregunte, sino que, además, actúa como un hipnótico, obligando a la persona a obedecer cualquier orden que se le de, por disparatada que ésta sea. Una vez recuperada, Paula relata a Potter su odisea. Un año atrás, cuando volvió a su hotel tras su entrevista con Potter, un grupo de forajidos la estaban esperando y le inyectaron la droga. Bajo sus efectos, la muchacha firmó cuantos documentos le pusieron por delante y así perdió la propiedad de su planeta.

Potter decide ayudar a la muchacha y se pone de inmediato a la tarea, iniciando sus investigaciones. El cabecilla de los forajidos que robaron a Paula es un viejo conocido suyo, con el que tiene alguna cuenta pendiente. Con el fin de demostrar que la chica ha sido víctima de un expolio, el Agente de Ventas parte hacia Mardonia acompañado por la legítima dueña de ese mundo. Pero nada más aterrizar, su astronave es atacada con misiles, logrando salvarse ellos por muy poco. Solos, con lo puesto, sin vehículos de ningún tipo y con un rifle de pólvora por toda arma, Potter y Paula se disponen a enfrentarse a sus enemigos. Pero, para su sorpresa, descubrirán que Mardonia no está deshabitada, como habían creído. Y a Paula le aguarda una sorpresa aún mayor: su tatarabuelo, el descubridor de Mardonia, que debería estar muerto desde al menos un siglo antes, está vivito y coleando y en muy buenas relaciones con los mardonitas.

¿QUIÉN COMPRA UN PLANETA?, como todas las novelas de Lecha, es un ejercicio de imaginación, aventura y buen humor. Lecha desbordaba fantasía en cada uno de sus relatos de ciencia-ficción, y éste no es una excepción. Aparte de lo chocante que resulta que alguien, aunque sea en el siglo XXX, figure como propietario de un planeta, tenemos otras muestras de la desbordante imaginación del novelista riojano. Así, por ejemplo, nos presenta a un asesino a sueldo que utiliza un Fusil Hiperespacial, con el que, en teoría, se puede matar a una persona a miles de kilómetros de distancia. Y luego está la Psicom, o comida psicológica, una hierba, originaria de Mardonio, que tiene la curiosa propiedad de adquirir el sabor que desee quien la consume. Para ello basta con masticarla lentamente y pensar con intensidad en algún plato que nos guste mucho, por ejemplo, el pollo al ajillo, e inmediatamente el sabor inundará nuestra boca. La Psicom, a pesar de todo, tiene peligrosos efectos secundarios, que pueden llegar a producir la muerte. Por suerte para nuestro protagonista, a él no le van las majaderías en lo que al comer se refiere, y no duda en dejar plantada a una conquista femenina cuando ésta se empeña en hacerle probar la pajolera hierba. No obstante, nuestros protagonistas descubrirán que en Mardonia la Psicom no sólo no es perjudicial para la salud, sino que contribuye a alargar considerablemente la existencia humana, lo que explica que el tatarabuelo de Paula continúe en el mundo de los vivos. También son muy interesantes los mardonitas, unos humanoides más pequeños que los pigmeos de la Tierra, que viven en perfecta armonía con la naturaleza.

Y esto es, a grandes rasgos, ¿QUIÉN COMPRA UN PLANETA?, otra de las entretenidísimas novelas de ciencia-ficción con que nos deleitó Luís García Lecha. Diversión intrascendente y quizás un tanto ingenua, si se quiere, pero mucho mejor que contemplar las estupideces para iletrados que dan por televisión. ¿No os parece?

sábado, 7 de abril de 2012

SISSI, LA MUJER Y EL MITO



Para ti, Montse, con el deseo de que nunca dejes de admirar a esa extraordinaria mujer que fue Elizabeth de Baviera.
Antonio.


Elizabeth Amalie Eugenie Herzogin in Bayern, la mujer que pasaría a la Historia como Sissi, esposa de Francisco José I, está considerada desde siempre como uno de los mayores mitos románticos femeninos. Durante décadas, Sissi fue el símbolo del romanticismo ochocentista, el ideal femenino que todos los hombres admiraban y todas las mujeres envidiaban. Sissi parecía tenerlo todo. No sólo poseía una belleza fuera de lo común, estando considerada en su tiempo como la mujer más hermosa del orbe; además era inteligente, ingeniosa y derrochaba una gran simpatía. Su matrimonio con Francisco José, primo suyo, emperador de Austria y más tarde también de Hungría, fue la boda más sonada del siglo XIX, y contribuyó a acrecentar notablemente la aureola romántica que rodearía siempre la figura de esta irrepetible mujer. Ya en su época, la prensa vertió océanos de tinta sobre ella, iniciando un proceso de mitificación que se extendería hasta el siglo XX, a mediados del cual el mito de Sissi alcanzaría el cenit de su popularidad gracias, sobre todo, a la serie de películas protagonizadas por Romy Schneider y a las innumerables novelas románticas que se le dedicaron, todas ellas dirigidas a un público eminentemente femenino y juvenil. Sin embargo, desde hace algunos años varios autores, entre los que destaca la asturiana Ángeles Caso, parecen haberse empeñado en desmontar el mito romántico tejido en torno a Elizabeth de Baviera. Esto, en principio, no tiene por qué ser necesariamente malo. Es evidente que, tanto en cine como en literatura, siempre se ha preferido magnificar la imagen romántica de esta mujer, obviando otros aspectos de su vida. Pero algunos de esos autores, como la citada escritora asturiana, no se conforman con intentar borrar de un plumazo toda la épica romántica que aureola a Sissi, sino que, además, ofrecen en sus obras una imagen totalmente desenfocada de la Elizabeth de Baviera real, presentándosela al lector como un personaje “políticamente correcto” de acuerdo con los cánones imperantes hoy día. Para lograrlo, no dudan en sacarla sin disimulo de su contexto histórico, atribuyéndole ideas, costumbres e inquietudes más propias de una feminista radical de nuestros días que de una dama decimonónica que fue, además, la consorte de uno de los monarcas más poderosos de su tiempo. Esta clase de obras no contribuyen en absoluto a ampliar y mejorar el conocimiento sobre la vida de tan excelsa emperatriz. Al contrario, aumentan la confusión sobre la percepción del personaje, alejando al lector de la Sissi real.

Pero, ¿cuál era la Sissi real? ¿La heroína romántica del cine y la novela, o la mujer que sufrió las muertes de sus hijos, la enemistad de la corte vienesa y los avatares de una vida no tan fácil como hacía presuponer su alta cuna y su matrimonio con el apuesto emperador? Posiblemente ambas, aunque la voz popular haya preferido, por razones obvias, la imagen de la Sissi romántica.

El 24 de abril de 1854, los miles de vieneses que se agolpaban en las calles de la capital del Imperio pudieron admirar a su flamante soberana, que acababa de casarse con el emperador. Francisco José, de 23 años, apuesto, rubio, bastante alto, siempre vestido con uniforme de general, exhalaba nobleza de pies a cabeza. Pero el pueblo sólo tenía ojos para aquella increíble belleza de 16 años, casi tan alta como el monarca, de la que se contaban maravillas y de la que Francisco José se había enamorado perdidamente. La opinión general era que el emperador no podía haber escogido mejor esposa. Y era cierto, porque Sissi era una mujer leal y abnegada, profundamente enamorada de su marido y dispuesta a ayudarle en todo lo necesario. Pero muy pronto descubriría que no era tan fácil ser la consorte de un emperador.

La madre de Sissi, Ludovica, hermana de la archiduquesa Sofía de Austria, madre de Francisco José, había educado a sus hijos ella misma, algo inusual en la época. El padre de la joven emperatriz, el duque Max de Wittelsbach, no gozaba de las simpatías de los Habsburgo, cosa que a él no parecía importarle lo más mínimo. Propietario de una biblioteca de unos 30.000 volúmenes, educó a Sissi en el amor a la lectura, el arte, la música, la poesía y la naturaleza. El bagaje cultural de Sissi era muy superior al de su esposo y, desde luego, al de cualquier mujer austriaca de su tiempo. Su cultura, aunada con su sencillez en el trato, que la impelía a pasar por alto el rígido protocolo palaciego, le granjeó la enemistad de las damas de la corte. Éstas consideraban ambas virtudes como una muestra de provincianismo, tomando sus intentos por prescindir de la etiqueta por desplantes, cuando no por verdaderos desprecios. Nada de eso era cierto, naturalmente. Sissi hizo cuanto pudo por ganarse a aquellas personas, pero no lo consiguió. Entre aquel puñado de aristócratas incultos y ambiciosos, que sólo vivían para el lujo y la ostentación, Elizabeth venía a ser como el “patito feo” del cuento, pues no se parecía en nada al resto de las mujeres de la corte. Pero lo que más molestaba a los cortesanos era, como se ha dicho, su gran nivel cultural, que les hacía quedar como lo que realmente eran: unos ignorantes. Y así, la joven emperatriz acabó siendo ninguneada en su propio palacio.

De todas formas Sissi era feliz, pues contaba con el apoyo y el amor de Francisco José, que continuamente le demostraba su cariño con gestos y obsequios. Estos primeros años de nuestra protagonista como emperatriz de Austria fueron, sin duda, los más dichosos de su vida, y los que pusieron los cimientos para la futura leyenda romántica que se tejería en torno a ella. Los desplantes de las damas de la corte no le preocupaban en absoluto. Sus aficiones predilectas eran la lectura de los clásicos de la literatura universal, las comidas campestres, la poesía y los viajes. Pero su posición como emperatriz consorte la obligaba a renunciar a menudo a sus aficiones para participar en algunos actos oficiales, tales como recepciones de embajadores, revistas militares o viajes de cariz político. Convencida de que era su deber, Sissi se esmeró en tales menesteres, aunque habría preferido la vida sencilla que había llevado en las posesiones de su padre cuando era niña. Más que por obligación inherente a su posición, Sissi pasaba por todo aquello por amor a Francisco José. Pero lo que jamás pudo soportar fue que el férreo protocolo de la corte se extendiese al ámbito familiar, como era norma habitual en aquella época en todas las casas reales europeas. Quería tener una vida sencilla y hogareña de puertas adentro, pero no se lo permitieron, y el único que podría haber hecho algo al respecto, su esposo, estaba demasiado abstraído por las tareas de gobierno para preocuparse de ese asunto. No hay que olvidar que Francisco José I fue un monarca autócrata, esto es, un absolutista que gobernaba con mano de hierro sus vastos dominios, que comprendían buena parte de Centroeuropa. Amaba a Sissi, pero no podía dedicarle todo el tiempo que ella necesitaba, y este fue uno de los factores que marcarían el inicio de un cierto distanciamiento entre ellos.

Aunque oficialmente nunca tuvo poder político de ninguna clase, su posición como emperatriz consorte le permitió ayudar a su esposo en una cuestión muy delicada. Amiga personal del patriota húngaro Gyula Andrássy, héroe nacional de su país, hizo cuanto estuvo en su mano para facilitar el entendimiento entre éste y Francisco José. Andrássy representaba los intereses de su Hungría natal, que por aquel entonces no aspiraba a independizarse de Austria, sino que exigía una Constitución netamente húngara y un alto nivel de autogobierno dentro de la estructura política del Imperio. Sissi, ferviente admiradora de la nación húngara, se convirtió en defensora de sus derechos, y gracias a su intercesión ante el gobierno se logró un cierto entendimiento entre ambas partes, lo que facilitaría la concesión a Hungría de algunas libertades y la creación de la monarquía dual austro-húngara, que se consolidó en 1867, cuando Francisco José fue coronado también como Rey de Hungría. Ésta fue la única vez en toda su vida que Sissi intervino directamente en la política imperial. Su admiración por el pueblo y la cultura húngara hizo de ella una persona muy popular y querida en aquellas tierras, y todavía hoy el nombre de Elizabeth de Baviera es pronunciado con respeto y veneración por los húngaros.

Pero con esta actuación Sissi se ganó la eterna enemistad de los miembros más radicales de la corte y del gobierno, que fueron sin duda quienes hicieron correr el rumor de que la emperatriz era la amante de Andrássy. El bulo, aunque se expandió como un reguero de pólvora, no se lo creyó casi nadie, y menos Francisco José, que seguía amando sin reservas a su su joven, inteligente y bella esposa.

Pero a pesar de que ambos se profesaban un sincero y profundo amor, el rígido entorno palaciego y las circunstancias políticas del momento provocaron que los esposos se distanciaran todavía más. Al frente de la corte se hallaba la archiduquesa Sofía, tía y al mismo tiempo suegra de Sissi, que no estaba dispuesta a permitir que la joven soberana le hiciera sombra. Aprovechándose del despego que Elizabeth sentía por el protocolo y la etiqueta, la archiduquesa la apartó no sólo de los asuntos de Estado (que nunca habían preocupado a Sissi), sino también de la educación de sus propios hijos. Esto último fue lo que más le dolió a la emperatriz, y el hecho de que Francisco José no se atreviera a contradecir a su madre en esa cuestión, manteniendo un silencio cómplice al respecto, causó gran consternación a Sissi, pues había esperado que su marido la apoyara igual que ella le había apoyado a él en todo momento. Fue a partir de ese momento cuando la joven emperatriz empezó a ceder ante lo que se ha dado en llamar “sus impulsos de huida”. En busca del consuelo, la paz y la serenidad que no encontraba en Viena, realizó largos viajes por toda Europa. Su primer alejamiento de la corte, de su familia y de su esposo fue en 1860, poco después de que el ejército de Francisco José fuera derrotado en la batalla de Sadowa. Sissi emprendió viaje a la isla de Madeira, donde residió varios meses. Sus enemigos de la corte aprovecharon la ocasión para difamarla, alegando que había escogido un destino tan lejano, en pleno océano Atlántico, porque en ese lugar había fijado su residencia el conde húngaro Imre de Hunyady, con el que se le atribuyeron relaciones adúlteras. La maldad de tales afirmaciones hirió profundamente a Sissi, que seguía amando intensamente a Francisco José. De todas formas, los infames rumores vertidos por la caterva palaciega no convencieron a nadie, y la popularidad de Sissi apenas sufrió mengua alguna. Es cierto que en la capital del Imperio, y en algunos estratos elevados de la sociedad vienesa, llegó a considerársela casi una traidora, pues se pensaba que había abandonado a su esposo e hijos voluntariamente. Pero el pueblo la admiraba y, en cierto modo, encontraba muy extrañas las ausencias de Sissi de la capital, preguntándose si no tendría algo que ver en ello la despótica actitud de la archiduquesa Sofía, que nunca había visto con buenos ojos el matrimonio de su hijo con aquella joven tan “rara”. Y es que, a pesar de todas las mentiras que se tejieron sobre sus viajes, y de la encubierta campaña de difamación que sus rivales en Viena orquestaron contra ella, Sissi fue amada por su pueblo, no sólo por su belleza y sencillez, sino más que nada, porque siempre se erigió en defensora de los más débiles súbditos del Imperio, llegando a escribirle a su esposo largas cartas en las que abogaba por mejorar las condiciones de vida de los campesinos. Incluso llegó a suplicarle que suavizara su forma de gobernar, concediendo ciertas libertades civiles a los habitantes de las tierras unidas bajo la corona dual. Aunque era, en teoría, un monarca absoluto, que podía hacer y deshacer a su antojo, Francisco José tenía que bregar con una serie de intereses creados a lo largo de los siglos, y con los grupos de presión representados por la aristocracia, la poderosa nobleza rural, el clero y el ejército. A pesar de ello, acometió algunas pequeñas reformas, no porque creyera en la eficacia de las mismas o porque le gustaran, sino para complacer a su esposa, a la que amaba con toda su alma. Sissi volvió a Viena con cierta frecuencia, y en una de esas ocasiones, en 1868, quedaría embarazada de su última hija, pero a pesar de ello siempre acababa por volver a marcharse, incapaz de soportar la falsedad e hipocresía de la vida palaciega. Hasta el mismísimo día del asesinato de Sissi, el emperador esperó que ella volviese a su lado, cosa que no sucedió. Francisco José estaba consternado, y quienes le conocieron en persona afirmarían, años más tarde, que el emperador cambió profundamente desde el momento en que Elizabeth se alejó de Viena, volviéndose un hombre taciturno y melancólico. Llevaba siempre consigo un guardapelo con una fotografía de Sissi y un mechón de sus cabellos, y cuando murió, en 1916, sus últimas palabras, según se cuenta, fueron: ¡Elizabeth…!

Siempre es arriesgado hacer juicios de valor sobre las motivaciones de los personajes históricos, pero en el caso de Sissi puede afirmarse que lo que realmente la indujo a alejarse de su familia fue el hecho de que su esposo no reaccionara cuando la archiduquesa Sofía le arrebató la custodia de sus hijos. Francisco José mantenía una relación muy estrecha con su madre y raras veces se atrevía a contrariarla. Elizabeth podía soportarlo casi todo, pero que su propio esposo aprobara, con su silencio, que la desposeyeran de sus legítimos derechos de madre fue demasiado para ella. Extremadamente sensible, herida en lo más profundo de su corazón, optó por irse de Viena, convirtiéndose en un alma errante para el resto de su vida. Desde el momento en que abandonó la corte por vez primera, en 1860, hasta su muerte en 1898, Sissi viajó incansablemente por el mundo, siempre de incógnito, con un séquito reducidísimo y sin escolta armada. Amaba el mar, poseía su propio barco y realizó largas travesías durante las que, según se cuenta, gustaba de estar en cubierta incluso cuando más agitado estaba el océano. Sus viajes fueron para ella el bálsamo con el que trataba de mitigar su tristeza. Pero por muy lejos que estuviera de la corte vienesa, sus amigos de la capital la mantenían puntualmente informada de cuanto ocurría, especialmente de todo aquello que se refiriera a sus hijos.

Obligada por las circunstancias y por las acciones de una suegra cruel, Sissi vivió mucho tiempo apartada de su familia, pero su esposo y sus hijos estuvieron siempre presentes en su pensamiento, sobre todo los últimos. El matrimonio tuvo cuatro hijos: Sofía Federica de Habsburgo-Lorena (1855-1857); Gisela de Habsburgo-Lorena (1856-1932); Rodolfo de Habsburgo-Lorena, príncipe heredero del Trono (1858-1889) y María Valeria de Habsburgo-Lorena (1868-1924). Durante una visita oficial a Hungría, en 1857, Sissi llevó con ella a sus hijas, las archiduquesas Sofía y Gisela, desoyendo los consejos de su suegra, que opinaba que las niñas eran demasiado pequeñas para viajar. Ya en tierras húngaras, las archiduquesas enfermaron, y mientras Gisela se recuperaba lentamente, Sofía acababa muriendo de tifus, enfermedad muy común en la Europa del siglo XIX. El fallecimiento de su primogénita sumió a Sissi en una profunda depresión, agravada por la maligna actitud de su suegra, que la culpó de la desgracia por haberse empeñado en llevar con ella a las jóvenes archiduquesas. Esta tragedia fue hábilmente utilizada por la madre de Francisco José para arrebatarle a Elizabeth la custodia de sus hijos. La única desavenencia realmente grave entre el regio matrimonio, como se ha dicho, derivó de esta desgracia, ya que, aunque lo amaba con toda su alma, Sissi nunca pudo perdonar a su marido, que en vez de defenderla cedió con demasiada facilidad a las pretensiones de su dominante madre. A pesar de todo, Sissi pudo conservar con ella a la pequeña María Valeria, a quien llamaba cariñosamente “mi maravillosa hija húngara”, y a la que educó en la cultura y costumbres de Hungría, tierra por la que la hermosa emperatriz sentiría siempre un cariño especial.

Pero la mayor desgracia en la vida de Sissi sería la extraña muerte de su hijo Rodolfo, destinado a heredar algún día la corona dual austro-húngara. El príncipe, casado por razones de Estado con Estefanía de Bélgica, apareció muerto el 30 de enero de 1889 en el pabellón de caza que poseía en Mayerling. Junto a su cadáver se encontró también el cuerpo sin vida de una aristócrata húngara, la bellísima María Vetsera. Ambos tenían sendos tiros de revólver en la cabeza, y se dio por hecho que habían decidido, por las razones que fuesen, suicidarse juntos. Aparentemente, Rodolfo había disparado contra María, volviendo luego el cañón del revólver contra sí mismo. Todo parece indicar que eran amantes, y se ha dicho que ambos tenían caracteres depresivos, lo que podría explicar, en parte, su misterioso suicidio. Sin embargo, ya en la época corrieron rumores sobre la supuesta participación de Rodolfo en un complot para retirar del trono a su padre, confabulación en la que estarían implicados, presumiblemente, los Servicios Secretos franceses. Nunca se ha sabido, y seguramente nunca se sabrá, lo que sucedió realmente en Mayerling. ¿Fueron asesinados por agentes enemigos de Austria-Hungría? ¿Decidieron quitarse la vida de común acuerdo, víctimas de una depresión compartida al igual que su amor? ¿Discutieron los amantes por alguna razón, y Rodolfo asesinó a María en un instante de enajenación, quitándose la vida acto seguido? Los historiadores no acaban de ponerse de acuerdo, y la falta de datos al respecto ha contribuido a convertir la tragedia de Mayerling en un misterio sólo comparable al del asesinato del presidente norteamericano John Fitzgerald Kennedy.

La tragedia de Mayerling marcó el punto de inflexión en la vida de Sissi. La muerte de su único hijo varón fue un golpe demasiado duro para un alma tan sensible como la suya. A partir de ese momento se apartó de todo y de todos. Repartió una fortuna en joyas y vestidos entre sus damas más fieles, se vistió de negro para siempre y se negó a que se la fotografiase. Cada vez que algún fotógrafo se acercaba a ella, ocultaba su rostro tras un abanico, una sombrilla o cualquier objeto similar. Así mismo, no permitió que ningún artista le hiciese retrato alguno, por lo que todos los cuadros que de ella se conservan, la mayoría obra del principal pintor de la corte, Franz Xaver Winterhalter, muestran a una Elizabeth en la plenitud de su belleza. Desde el funeral de su hijo hasta el día de su propia muerte, Sissi llevó una existencia discreta, viajando incansablemente en compañía de algunas de sus damas más queridas, entre la que destacaría la condesa húngara Irma Starazy, su fiel amiga y consejera. En cierto modo, Sissi se sentía como una apátrida, y esa era una de las razones por las que amaba tantísimo el mar, al que consideraba “la patria de las almas sensibles” como la suya propia. A bordo de su barco, el yate “Miramar”, recorrió todo el Mediterráneo, siempre de incógnito y sin escolta de ninguna clase, pasando largas temporadas en la Riviera francesa, Portugal, España, la isla de Malta, Argelia, Egipto, Grecia y Turquía. Parte de los veranos los pasaba en Ginebra (Suiza), en Bad Ischl (Austria) y en Corfú, donde hizo construir un palacio llamado el “Achilleion”, en honor de Aquiles, uno de sus héroes preferidos de la mitología griega.

Mientras tanto, un melancólico Francisco José trataba de mover todos los hilos posibles para hacerla volver a su lado, pero ya era demasiado tarde para eso. Quizá impelido por cierta necesidad sexual, el emperador mantuvo esporádicas relaciones con la actriz Katharina Schratt y posiblemente con alguna otra mujer. Pero lo que no puede dudarse es que siempre amó a Elizabeth, pues jamás cejó en su empeño de convencerla para que reanudaran su vida matrimonial. Sissi no cedió, pero conforme pasaba el tiempo, se estableció entre ellos una relación a distancia sostenida por extensísimas misivas, que los acercó espiritualmente muchísimo más de lo que lo habían estado cuando compartían alcoba.

A finales del verano de 1898, Sissi se encontraba en Ginebra. En la misma ciudad estaba un anarquista italiano, llamado Luigi Lucheni, una bestia sin entrañas, uno de aquellos siniestros personajes que tiñeron de sangre las crónicas periodísticas de fines del siglo XIX y principios del XX con sus crímenes infames y sin sentido. Lucheni tenía intención de asesinar al pretendiente al trono francés, un príncipe de la casa de Orleáns, pero al leer en el periódico que éste había cancelado su visita a Ginebra, decidió matar a la emperatriz de Austria-Hungría. El sábado 10 de septiembre de ese año, Sissi paseaba con una de sus damas cuando un hombre fingió tropezar con ella. El individuo era la bestia de Lucheni, que apuñaló a la emperatriz con una pequeña lima, cuya hoja había sido pulida hasta dejarla reducida casi al grosor de un alambre. El homicida clavó el improvisado estilete sobre el seno izquierdo de su víctima una sola vez, con rapidez, y tras disculparse por el encontronazo, echó a correr. La herida era tan minúscula que en un principio ni siquiera la propia Sissi pareció sentirla. Poco después, sin embargo, comenzó a marearse. No tardaría mucho en morir. La herida apenas había sangrado hacia afuera, pero la autopsia confirmaría que sí lo había hecho hacia adentro, gota a gota, de modo que la sangre fue anegando el pericardio hasta provocarle un fallo cardiaco.

Luigi Lucheni no fue capturado por la policía sino por un puñado de ciudadanos, al frente de los cuales estaba el director del hotel en el que se alojaba la regia dama cuando recalaba en Ginebra. La policía llegó justo a tiempo de impedir que la gente linchara al siniestro anarquista. Fueron muchos los que creyeron que habría sido mejor dejar que aquel monstruo muriera a manos de los enfurecidos ciudadanos. En Ginebra, al igual que en todos y cada uno de los lugares que visitaba, la emperatriz gozaba del aprecio de todo el mundo, pues a pesar de su alta cuna y de su posición como esposa de uno de los monarcas más importantes de Europa, se comportaba siempre con extrema sencillez, tratando por igual a nobles y plebeyos y colaborando desinteresadamente en innumerables obras de caridad. El mundo entero lloró la muerte de una mujer excepcional, caída bajo la mano criminal de un cobarde que jamás habría tenido arrestos para intentar asesinarla si ella hubiese aceptado la protección de la policía secreta imperial, tal como le había sugerido su esposo. Sissi consideraba innecesario llevar guardaespaldas porque, no habiendo participado en política de ningún modo, si exceptuamos su modesta pero decisiva intervención en la consolidación de la monarquía dual en 1867, creía firmemente que nadie podía tener nada contra ella.

La muerte de su amada sumió a Francisco José en una depresión de la que nunca saldría del todo. Se volvió más taciturno por momentos, y aunque en público aparecía serio, tranquilo e incluso un tanto frío, en privado sufría continuos ataques de melancolía, sobre todo cuando sus ojos se posaban en algunos de los retratos de Sissi que decoraban el palacio imperial.

Sissi, como hemos visto, no fue exactamente la romántica heroína que nos han mostrado el cine y la literatura. Pero tampoco fue la mujer eternamente desdichada que describen autores como Ángeles Caso. Su vida, como la de tantas otras mujeres pertenecientes a la realeza de su tiempo, tuvo momentos de felicidad y de tristeza, de dicha y de desgracia. Exactamente igual que la de cualquier otra persona. Sin embargo, dado su estatus social y político, tuvo que hacer frente a problemas que en algunos momentos la superaron, más que nada porque su extraordinaria sensibilidad femenina la hacía muy vulnerable ante los ataques externos. A pesar de ello, mantuvo en todo momento la dignidad, y aunque fue víctima de la incomprensión de unos, del desprecio de otros y de la maledicencia cortesana, jamás se rebajó a entrar en el juego de las descalificaciones gratuitas, y nunca salió de sus labios una calumnia ni un ataque verbal contra nadie, ni siquiera contra aquellos que, en la corte vienesa, habían hecho cuanto habían podido para ningunearla.

Muchos autores españoles actuales, todos ellos firmes defensores de la infausta II República, insisten machaconamente en definir a Sissi como “republicana”, lo que más que un error de apreciación es una falacia. Sissi fue una mujer adelantada a su tiempo, que comprendió muy pronto que el sistema monárquico absolutista austriaco no podría prosperar en un mundo que cambiaba rápidamente. Siempre fue admiradora de la monarquía parlamentaria británica, y habría deseado que Austria copiase dicho modelo. Admiraba también algunos aspectos—no todos— de la República Francesa y de la Confederación Helvética, la democracia más antigua del mundo. Era consciente de que el final del siglo XIX, marcado por el desarrollo económico provocado por la revolución industrial, traería consigo importantes cambios sociales y políticos, a los que nadie podría permanecer ajeno. Pero el hecho de que admirara ciertos puntos del republicanismo no la convierte en “republicana”. No al menos en la acepción que se le otorga a tal término en la actual España de la Desmemoria Histórica, que tan cara les resulta a algunos autores. Elizabeth de Baviera era una aristócrata, muy distinta en educación y valores al resto de los de su clase si se quiere, pero orgullosa de su ascendencia. Como emperatriz, y a pesar de no haber estado nunca metida en política, defendió siempre la monarquía que ella misma representaba, pero al mismo tiempo hizo cuanto estuvo en sus manos para mejorar las condiciones de vida de sus súbditos y para que se les reconocieran ciertos derechos y libertades. Jamás cuestionó abiertamente la institución monárquica, ni mucho menos alentó en modo alguno las veleidades de los, por otra parte, escasos grupos republicanos que existían en el Imperio. Le habría gustado que Francisco José reinara como un monarca constitucional, más que nada porque eso le habría dejado a su esposo más tiempo para dedicarlo a la familia, institución que siempre fue la más sagrada para ella. Austria-Hungría llegó a tener un parlamento, pero para entonces Sissi ya llevaría largos años alejada de Viena y de Francisco José. No, Elizabeth de Austria-Hungría no fue nunca una “republicana” al uso, por más que les pese a quienes han intentado utilizar su figura histórica para afianzar y defender sus particulares ideas políticas.

El aspecto más llamativo de la personalidad de Sissi fue su obsesión por conservarse joven y bella. Ella misma confesaría en una ocasión: “Soy esclava de mi pelo”. En efecto, el cuidado del cabello fue una de sus principales preocupaciones personales. Hubo una época en que llevaba el pelo tan largo que le llegaba casi hasta los tobillos. Su peluquera personal se lo lavaba cada dos semanas con un champú especial, elaborado a base de yema de huevo mezclada con coñac y algunas esencias. Una vez al mes le aplicaba en el cabello una mascarilla, entre cuyos componentes destacaba el aceite de ricino. Peo la emperatriz no descuidaba otros aspectos de su cuidado personal, y así, fue una consumada gimnasta, que hizo instalar en todas y cada una de sus residencias un completísimo equipo de aparatos para la práctica de dicha disciplina, incluyendo anillas, barras paralelas y tablero de ejercicios gimnásticos. Nadaba y montaba a caballo mejor que cualquier otra mujer y que la mayoría de los hombres. Otra de sus pasiones era la esgrima. Con un florete en la mano podía derrotar a algunos de los mejores espadachines de la corte, lo que tenía no poco perplejo a Francisco José. Se sometía a cada nuevo y novedoso tratamiento dental del que tuviera noticia. Frecuentaba los balnearios más prestigiosos de Europa, tales como Carlbad, Bad Kissingen, Rockozy y Merano, sometiéndose en éste último a la por aquel entonces muy popular “cura de la uva”, que contribuyó notablemente a conservar tersa su piel. Tomó baños de mar en las playas más famosas de su tiempo, y también baños de fango caliente. En Viena se hizo instalar una bañera de vapor, especie de “Yacuzzi” de la época que costaba una fortuna, contratando los servicios de uno de los primeros expertos mundiales en masajes e hidroterapia. Por si todo esto fuera poco, efectuaba largas caminatas, algunas de hasta cuatro o cinco horas, que dejaban a los lacayos y damas de compañía que iban con ella exhaustos. Observaba, además, una dieta rigurosa para conservar en lo posible la esbeltez de su juventud, lo que ha llevado a creer a muchos médicos de la actualidad que pudo padecer anorexia, extremo que jamás ha podido ser confirmado. Sea como fuere, lo cierto es que cuando fue asesinada Sissi contaba sesenta años, pero aparentaba diez menos, lo que parece confirmar que sus desvelos por conservarse bien físicamente tuvieron éxito.

En lo que se refiere al dinero, fue siempre una mujer muy cuidadosa y previsora. Tenía su propio capital, heredado de su padre, que se acrecentó con la asignación que como emperatriz le pasaba la Tesorería Imperial. Era generosa pero no una manirrota. Cuando se alejó de la corte, llevó su dinero a Suiza, a la legendaria y prestigiosa Banca Rotschild, y aunque gastó mucho en sus interminables viajes, allá donde llegaba se comportaba siempre con exquisita discreción, como si fuese la viuda de un anónimo y acomodado burgués y no la emperatriz consorte de Austria-Hungría, una de las superpotencias del siglo XIX.

La vida de Sissi estuvo salpicada de desgracias, pero, ¿qué vida humana no lo está? Enterró a dos hijos. Su cuñado Maximiliano, emperador de Méjico, al que le unía una sincera amistad, murió fusilado en el Cerro de las Campanas, en Querétaro, en 1867, por orden de Benito Juárez. La esposa de éste desdichado Habsburgo, Carlota, también buena amiga suya, enloqueció de dolor, siendo internada en un manicomio. Sissi amó intensa, profundamente a Francisco José, siendo correspondida por éste. Por desgracia, las circunstancias políticas y las intromisiones de los cortesanos, sobre todo las de su tía y suegra, la archiduquesa Sofía, se aliaron para separarlos. Fue el símbolo más agradable del Imperio, a pesar de que ella habría preferido llevar una vida más hogareña y recogida mientras estuvo en palacio. De todas formas, también tuvo sus momentos de felicidad, especialmente durante su infancia y adolescencia, y en los primeros años de su matrimonio, antes de que todo se complicara. En su tiempo fue una mujer extraordinaria por lo atípica, que se ganó el respeto, la admiración y el cariño del mundo por sus cualidades humanas y su trato sencillo, las mismas virtudes que le habían granjeado la enemistad y el desprecio de la estirada e iletrada aristocracia vienesa.

En su testamento, Sissi solicitaba ser enterrada en el palacio de “Achimeillon”, su residencia en Corfú, donde había ordenado levantar un panteón para ella. Francisco José, que siempre la había amado casi con desesperación, utilizó su autoridad para revocar esta postrera decisión de su esposa, pues deseaba tener su tumba próxima, ya que no había podido tenerla a ella cerca en vida. Y así, Elizabeth de Baviera, Sissi, fue sepultada en la cripta imperial de Kaisergruft, en Viena, donde reposan actualmente sus restos.


LA SISSI DE ROMY SCHNEIDER

Sissi fue muy admirada en tierras húngaras y también fuera del Imperio, pero en la Viena de su tiempo fue muy criticada, pues sus costumbres, que chocaban frontalmente con la rigidez cortesana e incluso con los usos comunes de la mayoría de las personas, eran calificadas de “rarezas”. En los territorios anexionados por el Imperio era muy querida, ya que fue el único miembro de la familia imperial que se dignó visitarlos con frecuencia, preocupándose por sus necesidades. Fue en esas remotas regiones del Imperio donde cobraría mayor auge el mito de la Sissi romántica, que Romy Schneider plasmaría brillantemente en una serie de tres películas que fueron éxitos de taquilla en todo el mundo, y cuyas recaudaciones en varios países europeos, entre ellos España, superaron incluso a las de algunas producciones hollywoodenses. SISSI (1955), SISSI EMPERATRIZ (1956) y EL DESTINO DE SISSI (1957) sentaron las bases para una progresiva mitificación romántica del personaje. La delicada belleza de Romy Schneider, que guardaba un gran parecido físico con la emperatriz, sumada a su magnífica interpretación, la convirtieron en un hito del cine romántico. Sin embargo, Romy Schneider, que ansiaba triunfar en el cine en papeles de más enjundia, acabó encasillada en roles de heroína romántica, lo que provocó que acabara por abominar de esas tres películas. En una ocasión declararía: “Odio esta imagen de Sissi que tengo. ¿Qué soy yo para el público, sino ahora y siempre esa princesa de folletín romántico? Pero nunca he sido como ella. Soy una mujer desdichada, de 42 años, llamada Romy Schneider”.

Lo que se narraba en las tres películas protagonizadas por Romy no era exactamente la realidad de la vida de Sissi, sino una idealización de la misma, convenientemente aligerada de sombras y tristezas. El mismo patrón se seguiría a la hora de novelar el romance entre Sissi y Francisco José, cuyo máximo exponente fueron las novelas juveniles que en España publicó la mítica Editorial Bruguera en su serie “Historias Selección”, muy popular entre los jóvenes en las décadas de los sesenta y setenta del pasado siglo. Posteriormente se realizarían varias películas más, en las que Sissi sería representada, presumiblemente, de un modo más realista. Romy Schneider tuvo ocasión de interpretar a una Sissi menos romántica en LUDWIG II (Luchino Visconti, 1972) correcta dramatización de la biografía de Luís II de Baviera, el Rey Loco, primo de Elizabeth. Ava Gardner, Vanessa Wagner y Arielle Dombasle interpretarían el personaje de Sissi en posteriores versiones fílmicas, ninguna de las cuales alcanzó la popularidad de las tres primeras cintas de Romy Scheneider.

Refiriéndose a la mítica del Oeste, el gran John Ford solía decir: “Cuando la leyenda supera a la realidad, filmas la leyenda”. Esto mismo puede aplicársele a Sissi. La leyenda romántica en torno a su amor por Francisco José fue tan intensa que eclipsó todos los demás aspectos de su vida. Por eso el público ha preferido siempre a la Sissi de las novelas y las películas de Romy Schneider frente a la mujer real. Pero aun así, no puede negarse categóricamente que la romántica Sissi del cine y la literatura sea falsa, como se emperra en asegurar Ángeles Caso en su insulsa obra. Si resulta difícil escribir una biografía ecuánime y contrastada de personajes históricos recientes, sobre los que existe abundante documentación impresa, gráfica, cinematográfica y televisiva, ¿cómo no va a resultarlo escribir sobre una persona que murió hace 114 años? La Sissi real puede que no fuera tan acentuadamente romántica como la personificada por Romy Schneider, pero desde luego tampoco fue una especie de “Bibiana Aido decimonónica”, como pretenden dar a entender determinados autores “progres”.

Para el autor del presente ensayo, Elizabeth de Baviera, Sissi, fue una mujer única en todos los aspectos, uno de los personajes históricos femeninos más dignos de respeto y admiración. Puede, insisto, que no fuera tan romántica como nos la hemos imaginado, pero es precisamente ese halo romántico tejido a su alrededor lo que ha hecho de ella un personaje legendario, mítico, universalmente admirado y querido. Sólo los historiadores se acuerdan de Francisco José, de su patética y dominante madre, la archiduquesa Sofía de Austria (que tanto daño hizo a Sissi), y de aquella colección de aristócratas y nobles que la ningunearon. Pero todo el mundo conoce y admira a Sissi. Para unos, es el paradigma del romanticismo ochocentista; para otros, un símbolo de las mejores virtudes que adornan al sexo femenino. Sea como fuere, Sissi alcanzó la inmortalidad y siempre estará entre nosotros.

Antonio Quintana.